Diario de León
León

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El candidato a la Alcaldía de Ponferrada, Joaquín Otero, dio el pasado miércoles en las Cortes de Fuensaldaña una lección de elegancia política. Sí señor, que se vea que los leoneses no nos dejamos avasallar. El número del casco, que recuerda al del zapato -no el de Kruschev, sino el de su jefe y amigo De Francisco-, ha sido un hallazgo político único, a la altura de los discursos de Maura o Azaña. Lo peor no es que el señor Otero haya faltado al respeto a la cámara de representantes, lo peor no es que se haya burlado de sus votantes y de todos los ciudadanos leoneses, puesto que habla como portavoz de un partido que lleva en sus siglas la marca «León». Lo más triste es que este tipo de actitudes reflejan una gran pobreza dialéctica, y lo peor, que Otero es buen parlamentario. No hacen falta máscaras ni artificios para defender la verdad. La astucia suele disfrazarse, pero la honradez, y la honradez política deben ir desnudas. El consejero Villanueva dejó meridianamente claro que La Bañeza acogerá el circuito de velocidad y a los leonesistas se les rompió la estrategia. Ya habían preparado la boina y la noticia les dejó sin motivos para montar el número circense, pero incluso así tuvieron que prepararla, asegurándose con ello la foto del día siguiente. Para interpretar un volapié es necesario que el toro esté parado, y el consejero decidió pillar a su contrincante a contrapié. Cosas del directo. La próxima vez que se discuta en las Cortes acerca de agricultura, Joaquín Otero puede aparecer disfrazado de Carmen Miranda, y si el tema de discusión son las vacas de Benuza puede deleitar a la Cámara con el toro de Osborne. Esta semana hemos seguido con la resaca de los rumiantes de La Cabrera. La proximidad de las elecciones ha sido la causa de que políticos hayan querido que los ciudadanos se desayunen con información regurgitada una y otra vez acerca de las reses. Se han dicho tantas tontadas que ya no se sabe qué provocó el comienzo de la historia. Primero se aconsejó -sin saber o, peor aún silenciando, que esa opción ya se había intentado y había sido destacartada por inviable- que se utilizaran dardos tranquilizadores, después se propuso que los animales se cedieran a las monjas del monasterio de Grajal de Campos, y finalmente se acusó a los veterinarios de «apañar» la carne. Lamentable. Lo último ha sido la comparación del procedimiento con una cacería franquista. ¡Qué pereza! Ya puestos, podían haberlo enlazado con las que practicaba el conde duque de Olivares. Sinceramente, me llama mucho la atención que todo este revuelo no se monte cada vez que las carnicerías halal -musulmanas- venden carne de animales degollados como en tiempos de Abraham. La avalancha de información ha generado un efecto poco deseable y, una vez más, las ramas no dejan ver el bosque. Un apunte final: Me llama la atención que en una manifestación a favor de la paz sigan apareciendo pancartas con la foto del mayor belicista de la historia y uno de los más sanguinarios asesinos. Tenemos que agradecer que no sea más que un poster.

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