CRÓNICAS BERCIANAS
Heridas de guerra
MÁS DE 7.000 personas murieron asesinadas hace ocho años en la ciudad musulmana de Srebrenica, en uno de los episodios más vergonzosos de la guerra de Bosnia. Vergonzoso no sólo porque los radicales serbios organizaron la mayor matanza que ha vivido Europa desde los años terribles de la Segunda Guerra Mundial, también porque Srebrenica era un enclave protegido por la ONU, acogía a miles de refugiados y el destacamento de casos azules holandeses que debía garantizar la seguridad de los civiles abandonó su puesto, humillado, y permitió la masacre. Han tenido que pasar ocho años desde el final de la guerra para que las autoridades serbias de Bosnia hayan dado un paso importante para cerrar la herida que dejaron las milicas de Ratko Matlic, un genocida que permanece en busca y captura para ser juzgado por el Tribunal Internacional de la Haya. El viernes asistieron a la ceremonia que recordó la tragedia y abrieron la esperanza de una reconciliación. En España, en el Bierzo, han pasado más de sesenta años desde nuestra última guerra y la herida todavía sigue supurando. La herida está abierta porque sigue habiendo mucha gente, demasiada, que mira para otro lado y piensa que «revolcar» en las cuentas para desenterrar a los muertos es escarbar en la miseria de la guerra. Yo pienso todo lo contrario. La miseria es olvidar. Dejar que los restos de quienes fueron asesinados sigan ocupando una fosa anónima en el arcén de una carretera. Sigo pensando que cada cuerpo que se exhuma para darle una sepultura digna cierra una cicatriz, no la reabre. Este fin de semana se empezó a cerrar una herida en Srebrenica. Y otra en Pardamaza, donde hasta este verano reposaban de forma anónima y sin que nada señalara el lugar, los restos de tres vecinos, una madre, su hijo de 32 años, y un adolescente de 16, asesinados por exaltados que creyeron que tenían el derecho de hacerlo. Así son las guerras. Soy de los que diferencian el desahogo del rencor, el desagravio de la revancha. Las familias de las víctimas que desde hace dos años recurren a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica en busca de ayuda para encontrar y exhumar los restos de los desaparecidos durante la guerra no buscan venganza. Buscan una reparación. Dejar de tragarse el sapo del silencio, espantar el miedo, y enterrar a sus muertos en un cementerio, con los muertos de los demás. Han pasado 27 años desde que murió Franco, 64 desde que terminó la guerra, y si todavía seguimos hablando de ella es porque hasta hoy no se han dado las condiciones para que los hijos de las víctimas se quiten el miedo de encima. La democracia se olvidó de ellos por miedo a que estropearan la reconciliación. Porque había que llegar a un acuerdo entre vencedores y vencidos; eso que hoy llamamos Transición, un modelo de convivencia que muchos ponen como ejemplo de cómo superar una dictadura. La lástima es que para que la fórmula tuviera éxito, hayamos tenido que dejar 25 años más en las cunetas a los muertos.