La cremita

¡QUE VUELVA Georgie Dann! Sus atrocidades musicales de verano, la barbacoa, la duchita, el kasachok, suenan como los conciertos de Brandemburgo al lado de esa peste sónica insufrible con que la publicidad, el márketing y la Once han contaminado este verano al que no sabemos a ciencia cierta si lograremos sobrevivir. «La cremita», el camarero y los chopitos, «Las medusas del amor»... cancioncillas ridículas y ratoneras que parecen compuestas por un Julián Muñoz o por un Tamayo en un momento de baja inspiración. Que vuelva Georgie Dann, pues el radio de influencia de sus greguerías musicales se limitaban al ámbito de los campings atestados de alemanes de mediana edad, de los chiringuitos playeros al caer la tarde y de las emisoras que sintonizan los conductores de autocares de servicio discrecional. Bastaba, pues, evitar cuidadosamente los citados campings, los citados chiringuitos y los citados autobuses para no sumergirse en el mundo fantástico, pero inmisericorde y horrísono, del entrañable francés, al que, por cierto, conozco y es una bellísima persona. Pero frente a esta ruina urdida por los jóvenes publicitarios canoros que tan abyectamente han conectado con el oído popular, ¿qué hacer? Porque lo de la cremita, los chopitos y las medusas no sólo parece, en su primigenia condición de spot, constantemente en las televisiones y sus creadores en entrevistas chaladas y apologéticas, sino que, pues la citada murga se ha transfundido al acervo de la masa vacacional y espesa, a poco que se reúnan unos cuantos ciudadanos, prorrumpen en la interpretación, con coreografía y todo, de las citadas monstruosidades. Desde María Jesús y su acordeón no se había vuelto a ver, ni a oír, nada semejante, y ello bajo temperaturas calcinantes. Y es terrible, además, porque nadie se salva; los abducidos por esas canciones infectas porque están abducidos y, los que no, porque las oyen a sus congéneres y sucumben de vergüenza ajena. ¿Y Georgie Dann? ¿Dónde está Georgie Dann que no vuelve?