Diario de León
León

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LA POLÍTICA se nos ha llenado de tramas de novela negra, en las que el cubito de hielo resulta ser punta de iceberg. Pero en la gran novela negra no hay verdades que descubrir sino mentiras que constatar. Las tramas de Madrid y de Marbella son demasiado para Gálvez y hasta para el mismísimo Marlowe; como las muñecas rusas, llevan dentro otras, que quizá nunca lleguen a saberse. No hay trama, sino tramas paralelas, interrelacionadas o independientes, reptando por despachos. Tan viejo como el mundo. Tramas de dinero, sexo y poder. Sus autores saben, o creer saber, cuáles son las reglas que ponen en marcha la maquinaria del mundo, porque ellos son, o creer ser, esa maquinaria. Pero no es cierto. No pasan de personajes siniestros con chalé de lujo. No tienen ideología, entendida como un código de principios, sino objetivos económicos: lo suyos. Están convencidos de que todos somos tontos, y aunque no tienen una alta consideración de sí mismos, se sienten los tuertos en tierra de ciegos. Y por tanto con derecho a saquear. ¿Quiénes son, cuáles son sus nombres y apellido? No lo sé, pero siempre están ahí. Y en una trama de novela negra ni siquiera es indispensable que haya un cadáver, pues la principal víctima es siempre nuestra confianza en el sistema, que queda herida en el callejón de los escepticismos. El reto, nuestro reto, es no creer que la realidad que estos personajes representan es la única realidad posible. No. Son una minoría. Poderosa, pero minoría. Y si nuestra democracia no consigue desenmascararlos, al menos hoy sabemos más sobre su existencia. En efecto, siempre han estado ahí, están y estarán. Son el lado oscuro de la política. Pero hay otros lados.

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