Diario de León
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VALENTÍ PUIG
León

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LLEGARON las lluvias y los nuevos conversos marianistas, fumándose un puro. El desplazamiento de tierras está siendo espectacular, arrastrando armas y bagajes. A quien más quien menos, Mariano Rajoy le dio una palmada en la espalda cualquier día, saliendo de un restaurante. En el PP exultan victoria, arrullados por el rumor de crisis interna en el PSOE. Quizás no sea el mejor panorama para una escenificación plausible de la alternancia, con un partido en el gobierno encaramado en la autosatisfacción y un socialismo agrietado y sin rumbo certero. Al fallecer Franco, una suma de factores positivos abre el camino hacia la democracia liberal: el crecimiento económico iniciado en los sesenta, la propensión colectiva de homologarse con el mundo occidental, el asentamiento de la monarquía restaurada y la sensata conjunción entre quienes habían intentado transformar el régimen desde dentro y quienes habían estado en la oposición al franquismo. Se añaden otros dos elementos, a menudo malinterpretados y que son la acomodación histórica de las fuerzas armadas y el harakiri de las viejas Cortes al votar a favor de la ley de Reforma Política con que Adolfo Suárez abrió las ventanas de España a los nuevos vientos. Eso era a finales del año 1976, hace ya más de un cuarto de siglo. Ahora estamos en una situación muy distinta. España pertenece a la Otan y a la Unión Europea, disfruta de un crecimiento económico potente y de una estabilidad tan solo amenazada por el terrorismo de ETA y por la sombra alargada del plan Ibarretxe. El hecho de que la desmemoria sobre estos precedentes afecte a generaciones enteras no mengua la responsabilidad de los políticos que decidan practicar el olvido. Tosa esa historia de la transición es un patrimonio histórico que cualquier líder debiera tener presente al reflexionar sobre sus estrategias. Así, el tacticismo de la radicalización -sea a derecha o a izquierda, ya sea desde el nacionalismo vasco o catalán- desentona abruptamente con aquel espíritu de reforma como prioridad decidida por todos frente a la incógnita de la ruptura. Del PSOE de la transición al Partido Socislista de Rodríguez Zapatero tal como se está manifestando va un trecho y una evolución inesperada hacia el radicalismo, tanto en materia de política exterior como respecto al modelo territorial de España que parecía sólidamente asumido como uno de los anclajes del socialismo español. El traspaso de poderes que ha auspiciado tal auge marianista llega al Partido Popular después de varios trances enconados: el decretazo, el Prestige y al alineamiento de José María Aznar con la postura de la administración Bush en Irak. Tras unas elecciones municipales y autonómicas que no castigan perceptiblemente al partido en el Gobierno, a José Luis Rodríguez Zapatero le acosan una secuencia compacta de riesgos: la crisis en la Asamblea de Madrid, la inconsistencia de su equipo más próximo, las ambigüedades sobre modelo territorial introducidas por Pasqual Maragall, el caso Marbella y, aunque se quiera relegarlo al rango ámbito anecdótico, la postura crítica de Cristina Alberdi, recusada de forma torpe e intempestiva por la cúpula socialista. En el campo del centro-derecha, las incertidumbres no acucian tanto pero está por ver cual será el estilo Rajoy, en qué medida su partido asume el traspaso de liderato y cual será a fondo la respuesta de la opinión pública, en la perspectiva de unas elecciones generales para dentro de siete meses. Mientras tanto, acudirá a las urnas la ciudadanía de la Comunidad de Madrid y los electores catalanes tienen que votar en noviembre. Hay también elecciones andaluzas y elecciones europeas. Tal vez parezca extemporáneo evocar ahora los resultados del referéndum para la Reforma Política en el año 1976, entre otras cosas porque se han producido cambios sociales y generacionales de mucha envergadura. Incluso así, aquel 94.4 por ciento que dio el sí, habiendo votado un 77.4 del censo, mantiene vigente su significado y su temple fundacional. Dos años más tarde, en el referéndum de la Constitución, votó un 67 por ciento del censo, con 88 por ciento a favor del sí, con un 8 por ciento en el no y la abstención postulada por el Partido Nacionalista Vasco en el Euskadi, donde votó el 53.5 del censo. Todavía asombra la andadura hecha desde entonces, persistente en el rechazo del radicalismo. España ha pasado por sequías y diluvios de gota fría, pero sin alterar fundamentalmente las grandes decisiones colectivas de 1976 y 1978. Es un equipaje histórico que permite afrontar otras tantas crisis.

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