Diario de León

DESDE LA CORTE

Las recetas de Aznar en la ONU

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FERNANDO ONEGA
León

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NADA que objetar, genéricamente, al discurso que Aznar pronunció en la Conferencia sobre raíces del Terrorismo, que organiza la ONU. Ha sido un discurso concreto, rotundo, propio de un dirigente político cuyo país sufre la violencia. Aznar se ha distinguido ayer como uno de los dirigentes occidentales más beligerantes contra la violencia terrorista. El presidente, además, aportó soluciones: nueva cultura estratégica, colaboración internacional, diálogo entre culturas y desmitificación de las causas. «Quien asesina, dijo, no es un creyente ni un idealista. Sólo es un asesino». Si nuestro Presidente ha dejado alguna duda en los oyentes, ha sido lo dicho sobre el diálogo. Si se piensa en el terrorismo islámico, está claro que hay un fondo y un estímulo de confrontación derivados de la distancia entre civilizaciones, que provoca odios y venganzas. Los fundamentalismos se basan en la explotación del sentimiento primario de proclamar enemigo al desconocido. Las represalias -se está empezando a confirmar en Iraq- se basan en el mismo desconocimiento, y no hacen más que provocar nuevos estallidos de violencia. ¿Sería aplicable la misma filosofía al terrorismo que se sufre en España? ¿Tiene traducción práctica en nuestro país la receta del «diálogo entre culturas»? Se dirá que no, porque no estamos ante civilizaciones distintas. ETA no puede alegar desconocimiento de las personas a quien asesina. Su actuación se basa en la explotación del ideal nacionalista étnico, ante el que resulta impotente cualquier intento de diálogo. Pero ese mal tiene un acompañamiento endémico: en España se confunde diálogo con cesión. Se entiende que sentarse a hablar lleva implícito un intento de acuerdo o negociación que hace inviable el intento. Si a ello se añade el principio ético de que un gobierno no habla ni negocia con quien tiene manchadas las manos de sangre, el diálogo es sencillamente imposible. Es una indignidad. Las recetas externas genéricas suelen ser muy fáciles, pero tienen un problema: no valen para situaciones concretas internas. ¿Y por qué no sirven?, nos preguntamos muchos. No se trata de que un ministro se siente con un terrorista. Se trata, tomando las palabras del presidente al pie de la letra, de un diálogo entre culturas. Y en España lo que estamos viendo es lo contrario. Si un cineasta como Julio Medem hace un documental sobre lo que llama «el conflicto vasco», la reacción primaria es el «antidiálogo»: acudir a la censura, reclamar que no se exhiba. Y así ocurre que el público de San Sebastián lo aclama, mientras el «españolismo» lo condena.

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