Dos huéspedes en el palacio

FUE recibido con cuarenta y tantos cañonazos, bastantes menos de los que él ordenó lanzar sobre cada kilómetro cuadrado de territorio iraquí. Cosas del protocolo. George Bush no es sólo un jefe de Estado: es jefe del Estado. Sabemos por Suetonio que los emperadores romanos del siglo I eran de muy diferente carácter y de distinto pelaje. Cada uno de ellos tenía sus hábitos y costumbres, aunque ninguno comía palomitas de maíz frente al televisor. La llegada del Emperador Bush a Londres le ha gustado a alguna gente por una única razón: era absolutamente necesaria para su salida. Unos 14.000 policías estuvieron en jaque. El Reino Unido produce muchos locos serenos y no se descartaba que alguno le mostrara su antipatía al ilustre huésped. Por las calles había banderas obligatorias y voluntarias pancartas con insultos más o menos comedidos. Más pancartas que banderas. El otro huésped ha sido menos ruidoso, pero quizá se hable durante mucho más tiempo de él. ¿Cómo puede infiltrarse un periodista en Palacio, haciéndose pasar por sirviente? Se lo pregunta todo el mundo, pero la respuesta la tienen que dar los del servicio de seguridad. La obligación de todo periodista es infiltrarse, si quiere hacer un reportaje bien pagado, pero la misión de los numerosísimos agentes es no dejar que se infiltre.Sólo una de las dos desiguales partes cumplió con su obligación. ¿Qué hubiera sucedido si se tratara de un terrorista? Hubiera corrido mucha sangre azul. Eso de que un señor haya estado merodeando por las reales alcobas podía ser el argumento de una película de Woody Allen, pero también de un drama de Shakespeare. Es más que probable que el intruso se asomara al armario del Príncipe Carlos, para ver si quedaba más gente dentro, y curioseara en el vestidor de la Reina, que Dios salve, para contar el número de sus sombreros y de sus bragas. Al que peor le ha sentado el increíble episodio del huésped clandestino es al huésped oficial. Se asegura que le oyeron decir eso de «si lo sé no vengo».