Dos asesinos andan sueltos

INCLUSO los que no estamos seguros de que exista otro mundo nos conformaríamos con que fuera como éste, pero corregido. Un lugar, aunque no sea físico, donde no tuvieran cabida ninguno de los tres enemigos máximos empadronados desde siempre en el llamado planeta azul: la crueldad, la ignorancia y la miseria. La verdad es que el mundo que habitamos, si bien durante una breve temporada, deja mucho que desear. A pesar de eso, casi todos deseamos prolongar nuestra estancia en él. Un informe de la FAO sitúa en 842 millones el número de desnutridos. El hambre es el mayor de los criminales, pero en los últimos tiempos le ha salido un despiadado competidor: el sida. Este año se ha llevado por delante a más gente que nunca. Unos tres millones de personas, de las cuales dos tercios vivían en África mejor dicho, estaban allí. Nunca se habían destinado tantos fondos a combatir la pandemia, que es incontenible. Se han hallado vacunas magníficas, pero la enfermedad es mucho mejor. Cuando apareció, algunos mentecatos dijeron que se trataba de un castigo divino, atribuyéndole al Sumo Hacedor una refinada capacidad de venganza, molesto por nuestros muchos pecados, muy especialmente por los relacionados con el sexo. Uniside, que es el programa de las Naciones Unidas para luchar contra la expansión de la enfermedad, se muestra pesimista: hay unos cinco millones de seres humanos que han contraído nuevas infecciones. Tampoco se registran avances contra el hambre: ahora hay 18 millones más de estómagos vacíos que en 1995. Contra el sida se lucha de muchos modos, todos ineficaces hasta ahora, pero el más difundido y recomendado, sobre todo por las empresas que fabrican preservativos, es el condón. Su fracaso no se debe a que sea de mala calidad, sino al contrastado hecho de que no basta con adquirirlo. Además hay que ponérselo, y una cuarta parte de los jóvenes españoles confiesa que no lo hace. Los dos asesinos seguirán sueltos por mucho tiempo. Se confirma que el mundo no está hecho a escala humana.