Diario de León
Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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A PESAR de la conjura tramada por los mandamases de la televisión pública cuando llegan estas fechas, programando una emisión plena de esas virtudes de la España antigua que tanto gustan a Urdaci y compañía, se puede decir con orgullo que hemos sobrevivido a otra Navidad. No es mérito pequeño el salir indemne a una dosis extrema de familia agravada por el correspondiente recital de Raphael, que con su hígado nuevo sigue brincando hacia la estrella de Belén igual que en sus mejores tiempos. La radiografía doméstica de la Nochebuena se inicia con el mensaje del rey, al que algunos ya prefieren llamar «el suegro de doña Leti», insistiendo en la necesidad de mantener el rumbo constitucional y caminar unidos hacia un futuro que se presenta con más trampas que una película de Fu-Manchú. Hasta aquí todo correcto y como es debido, placentera sensación acrecentada por los guisos de mamá, el turroneo intensivo y los pertinentes tragos de esa maravilla de la química alcoholera hispana que es la Sidra Pelotari. Entonces, cuando uno se encuentra sumido en un Nirvana de buen rollito, irrumpe en la pequeña pantalla ese cantante con esqueleto de saltimbanqui, dispuesto a desplegar todas las velas de su arte. Gesticulando igual que el héroe de una tragedia griega, y sin dar tiempo a firmar un armisticio, comienza a berrear El tamborilero con el desparpajo de una polichinela enloquecida, haciendo uso a pulmón libre de eso que los especialistas han dado en llamar «la terapia del grito». Seguro que no le falta voluntad ni estilo, pero está claro que desconoce lo que es la misericordia con el televidente. Así que, recogiendo el sentir de otros afectados, se habla de fundar una ONG que coordine las quejas de los damnificados por el show navideño de Raphael. Me apunto el primero de la lista.

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