Litigios sin resolver

EL QUE disponga de tiempo quizá pueda encontrar, entre los ciento veinte volúmenes que forman la obra completa de Voltaire, un pequeño relato en el que habla del Juicio Final. El Ser Supremo -fue el filósofo francés el primero que llamó así a Dios- se había olvidado de que creó el mundo, cosa que no es de extrañar, ya que le supuso sólo una semana de trabajo, cuando acudieron a su presencia los millones y millones de criaturas que lo habían habitado a lo largo del tiempo. En el apólogo de Voltaire les recibe San Pedro, que le comunica a su jefe su petición: «están ahí y pretenden que les juzgues uno a uno». En parecida tesitura se halla la justicia española, que acumula más de dos millones de casos sin resolver. La plusmarquista es la jurisdicción penal, con 978.793 juicios pendientes. ¿Cómo podrán ponerse al día si siguen recibiendo más asuntos cada día de los que pueden resolver? Esos milagros sólo están al alcance de determinados políticos, que son capaces de ahorrar todos los años más dinero del que ganan anualmente. En España gustan mucho los litigios. Unos por el huevo, otros por el fuero y otros por las dos cosas. Por eso abundan tanto los abogados y entre ellos los que comparecen ante el tribunal diciendo «estas son las conclusiones en que baso mis hechos». Son numerosísimas las personas a las que les gusta muchísimo que les den la razón, aunque para recibir esa dádiva tengan que dar el coñazo. En ese sentido, este humilde pero constante servidor de ustedes es un español bastante anómalo: yo me quiero morir sin haber tenido jamás un pleito y sin saber poner un certificado.No siempre se investigan grandes delitos. Lo normal es que los atascos se produzcan por la abundancia de transgresiones menores. Por eso el fiscal general del Estado, Jesús Cardenal, para barrer de la calle a la pequeña delincuencia y no tener que juzgar a sus protagonistas uno a uno, propone que cuatro faltas se conviertan en delito, pero cuatro faltas son cuatro faltas. Tampoco cuatro corners son un penalti.