Diario de León

EN BLANCO

Enseñar al que nosabe

Publicado por
RAFAEL TORRES
León

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MÁS que dar de comer al hambriento o de beber al sediento, que vestir al desnudo, que visitar a los enfermos, que dar posada al peregrino o que enterrar a los muertos, vale enseñar al que no sabe, y don Fernando Lázaro Carreter se va de este mundo habiendo ejercido abundantemente esa virtud y habiendo cumplido de largo con esa obligación que, por serlo, contraen con sus semejantes los sabios. De toda su obra recensada estos días por la prensa en sus obituarios, yo me quedo con esa en apariencia menor, olvidada incluso en muchas reseñas, que componen los libros de gramática y lengua española en los que aprendieron a respetar y a amar el idioma, la palabra, varias generaciones de bachilleres, el que esto escribe sin ir más lejos. Con Evaristo Correa Calderón, otro sabio del idioma, amigo suyo, compuso Lázaro Carreter aquellos libros de texto que, en tanto que a ellos les servían para comer, a nosotros nos alimentaban enormemente. Eran libros sencillos, amables, esmaltados de citas poéticas, que nos desasnaban sin violencia y que, sobre todo, nos inoculaban el virus de la pasión por la palabra. Eran los «Carreter-Lázaro», y al principio y durante mucho tiempo creímos que Carreter-Lázaro era un señor, uno solo, que se apellidaba así. Con el tiempo, la sociedad de libros nutricios se disolvió, Lázaro Carreter escaló hasta alcanzar la Academia y la presidencia de la misma, desaparecieron los «Carreter-Lázaro» y los bachilleres, y la necesidad de saber, de saber hablar y expresarse bien de la gente, quedó huérfana e insatisfecha. Hasta que Fernando Lázaro reunió en varios libros sus artículos de El dardo en la palabra y, por esa necesidad, los vendió como rosquillas. Enseñó a los que no sabíamos. Nos enseñó a saber. No se concibe que alguien pueda hacer más y mejor por sus semejantes.

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