Recuerdos de cine

ERAN OTROS TIEMPOS. Sería el León de la alpargata y la supervivencia, sería menos desarrollado y sin universidad, sería lo que fuera, pero los teatros, los cafés cantantes y las actuaciones estaban al orden del día. Y los cines. Aquellos primeros cines en la ciudad, con las fotos del cinemascope en el visitadísimo expositor de la calle Ordoño. Eran tiempos de bocadillo para la sesión continua y de «ponen una de jon baine», porque lo del idioma entonces se entendía más por comarcas que por países. León se llenó de cines y teatros, principales, alfagemes, azules y avenidas; los arquitectos del momento diseñaban edificios innovadores para acoger a aquellas salas de la modernidad, las únicas ventanas que la mayoría de los leoneses tenían para asomar sus narices al mundo exterior. Al menos a la parte del mundo exterior que se escapaba a las tijeras de la censura. Primero llegó el blanco y negro, luego el sonido enlatado, más tarde el colorín y después el tecnicolor y los efectos especiales. Españoladas, las de vaqueros, los dramas, las comedias,... Luego las sagas del espacio; y más tarde los especialistas del puño y las artes marciales, pelis en las que la sangre y los espumarajos salpican al público si se descuida. Y las de miedo... esas sí que eran dignas de verse en aquellos cines de cientos de butacas, en las que un cambio de postura en el momento de suspense provocaba un crujido inoportuno y un grito unánime y terrorífico en la sala. Al ritmo de las novedades se abrieron, albergaron a miles de espectadores y luego se cerraron los condados, trianones, abellas, pasajes, lemys, cruceros,... Al final quedaron los multicines, dos. Y el Emperador, con su aire de teatro de provincias, sus terciopelos granates y sus lamparonas, sus butacas ajadas que reclaman restauración clavándose en el culo de los espectadores. Ahora León quiere reverdecer viejos laureles cinematográficos. Casi 2.000 butacas sólo en el Área 17. ¿Volverá el encanto de aquellos tiempos?