Diario de León
Publicado por
JUAN VÁZQUEZ
León

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EN LOS tiempos dorados de la navegación a vela, cuando para ser marino hacían falta más arrestos que hoy en día para dedircarse a la enseñanza, dicen que aquel que doblaba el Cabo de Hornos adquiría el derecho a mear a barlovento, lo cual no quiere decir que lo hiciera, sino que se había ganado frente al resto de la tripulación una autoridad moral por haber demostrado el arrojo y la pericia necesarios para atravesar el paso marítimo más difícil del mundo conocido. En política, el Gran Cabo se dobla en las urnas con una mayoría absoluta, y esta hazaña también acarrea el privilegio de orinar contra el viento: permite gobernar la nave sin consultar al Parlamento, decidir el rumbo sin comunicárselo a los demás, o imponer los argumentos propios como verdades absolutas. El peligro de esta actitud es que el respeto y la admiración acaban por convertirse en temor. Aparte de las consideraciones sobre las consecuencias de adoptar esta actitud, lo que está fuera de toda duda es que esta prerrogativa es personal e intransferible; no es como un título nobiliario que lo mismo sirvió en tiempos para obtener un Virreinato en Nueva España que hoy para colocar una exclusiva en el Hola. Esta especie de derecho de pernada exige haber seguido la Ruta de Magallanes uno mismo; no basta con que lo haya hecho un amigo del que se recibió el mando en herencia, y menos cuando uno no sólo no ha ganado las elecciones, sino que se mareó con el puerto aún a la vista, en plena campaña. Si un patrón actúa con despotismo cuando no despierta ni miedo ni respeto, despreciando a los grupos minoritarios, puede caer por la borda en cualquier noche oscura. Y además, para echar aguas sucias contra el viento hay que tener pericia, porque se te pueden volver a la cara.

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