Diario de León
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RAMÓN PI
León

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EL COMITÉ Ejecutivo de la Conferencia Episcopal ha dado a conocer una nota sobre las manipulaciones de embriones y la legislación que anuncia el nuevo Gobierno al respecto. El caso es que los obispos, por si acaso, se han tomado en serio tanto el papel evacuado hace unos días por la Comisión de Reproducción Humana Asistida como la comparecencia del ministro de Justicia ante la Comisión correspondiente del Congreso, y ha reaccionado con elogiable celeridad. El documento se pronuncia a favor de los avances de la Biología y la Genética al servicio de la vida, y, como era previsible, rotundamente en contra de un uso de estas nuevas técnicas que suponga menosprecio hacia la dignidad de la persona, y aún hacia su misma vida. La verdad es que este documento podría haberlo firmado cualquiera, incluso no cristiano, siempre que tuviese algún respeto hacia los seres humanos y su dignidad y albergase algunos rudimentos de antropología. En otras palabras, este documento lo firman los obispos como habrían podido firmar un papel contra la tortura o la estafa, que también constituyen inmoralidades graves desde el punto de vista religioso. Ya empieza a ser un poco cargante tanta obstinación, por parte de los partidarios de la masacre de inocentes (80.000 abortos en 2002 en España, decenas de miles de embriones sacrificados), en atribuir a «creencias religiosas» la oposición a esta carnicería disfrazada de ciencia y humanitarismo. El documento denuncia la impostura terminológica que practican esos pseudo-científicos: «preembriones» por embriones humanos; «nuclóvuos» a óvulos fertilizados en laboratorio, o sea, seres humanos producidos artificialmente; «transferencia nuclear» por clonación humana; «reducción embrionaria» a matanza de embriones enfermos o débiles, o simplemente «sobrantes». Esta superchería en las palabras trata de ocultar la degradación de las personas a la condición de cosas o de animales, para poder experimentar con ellas sin que caiga sobre los impostores una losa de desprecio social. Pero la realidad es la que es, se llame como se quiera llamar.

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