EL BALCÓN DEL PUEBLO
Manuel Jiménez de Parga, otra vez
EL INSÓLITO presidente del Tribunal Constitucional, Manuel Jiménez de Parga, al que le quedan pocos días para el relevo, volvió a sorprender a los españoles: a la judicatura, a los políticos, a los medios informativos y a todos los poderes del Estado. Aprovechó la presentación de la Memoria del TC correspondiente al 2003 para efectuar unas declaraciones que nadie le pidió. No es la primera vez que lo hace durante sus dos años y medio en la cúpula del máximo órgano jurisdiccional. Y siempre con polémica. Jiménez de Parga, además de refrendar el colapso del más alto tribunal, con más de 7.000 demandas de amparo pendientes de admisión; además de rotundizar que «cuando una nación no tiene un Estado adecuadamente vertebrado no puede funcionar bien»; además de trasladar su amargura «cuando uno sospecha que el camino que ha tomado la mayoría afecta a la vertebración del España»; además, digo, de todo eso y de recitar la frialdad de las cifras: conflictos de competencias, procesos, recursos, resoluciones, autos, sentencias, etc., comprueba que, como si fuera un abuelo ante los nietos, se saca de la manga alguna batallita, se echa a temblar. Jiménez de Parga todavía es presidente. Y mientras esté en la máxima magistratura judicial no puede entrar en debate sobre asuntos pendientes. Ha de ser escrupulosamente neutral. Con sus últimas declaraciones prejuzga posibles pronunciamientos de las salas y, sobre todo, del Pleno. Las declaraciones de Jiménez de Parga, cuando menos, han sido sorprendentes. Y desacertadas. ¿A qué vino calificar como «basura y canallada» las críticas contra la Iglesia y los colegios religiosos y mostrarse «indignadísimo», además de advertir: «no estoy dispuesto a tolerarlas»? ¿Y quién es él, aunque ostente la presidencia del TC, para tolerar o no determinadas manifestaciones?. Esas críticas -dijo, y cito textualmente- «me producen mucho dolor». Luego afirmó que estudió doce años en los maristas y está muy orgulloso. Bueno, ¿y qué?. Yo lo hice en los salesianos y también estoy orgulloso. Hay ilustres juristas y académicos leoneses que también hicieron el bachillerato en los maristas, como Rodríguez Quirós, José Luis Cabezas, Fernando Suárez y otros y ni se les pasa por la imaginación calificar de «canallada histórica» cualquier disensión. He leido y releido las declaraciones de Jiménez de Parga y no salgo de mi asombro. Aunque fueran ciertas, no debía hacerlas, al menos hasta dejar el cargo. Los jueces hablan por las resoluciones que dictan en sentencias y autos, y no por otros canales. Son jueces, no políticos. ¿Pero qué se puede esperar de un presidente del Tribunal Constitucional ya en agujas, que solicitó prórroga para asistir a la boda del Príncipe con doña Leticia? Sus colaboradores aseguran que los mandobles didáctico/pedagógicos de Jiménez de Parga, que han llenado de estupor a los ciudadanos, iban dirigidos contra el cineasta Pedro Almodóvar por su película La mala educación» y por la obra de teatro que suena a blasfemia de carreteros: «Me cago en Dios», cuyo autor es cuñado de Esperanza Aguirre. Podía haber esperado a pasar Despeñaperros para manifestarse. Si allí respira mejor, no habría tenido el cruce decadente de sus neuronas. Su relevo es un alivio.