Diario de León
León

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QUE EL JUICIO a Sadam Huseín tenga no pocos elementos de la farsa no cuestiona su condición de monstruo. El depuesto presidente iraquí ha rechazado firmar el acta de acusación del tribunal especial encargado de juzgarle y al que se dirigió con gestos amenazantes. Nadie se hace dictador mediante oposición,  como los notarios, sino cargándose a todo opositor, que no es exactamente lo mismo. Y en ese camino, en ese largo y tortuoso camino, se suele contar con el respaldo -secreto o evidente- de extraños socios, con los que en un futuro el dictador suele terminar enfrentado, pues lo suyo no son negocios precisamente entre caballeros. Ningún dictador se impone a escupitajos, sino con armas. Y éstas no le fueron vendidas a Sadam Huseín por el gremio de vendedores de alfombras; tampoco a Bin Laden. La ruta de la venta de armas es un viaje a los infiernos de la infamia. No sé si elaborar ciertos gases exige grandes conocimientos, pero alguien debió de dar las primeras lecciones, y  no lo hizo gratis. La Historia no es un libro escrito por los vencedores, aunque se pretenda reducirla a ello, sino la verdad de unos hechos. Y ni siquiera admitiendo lo que estos puedan tener de interpretables, de fogonazo en la caverna platónica, ni siquiera así, dos y dos serán cinco. Sadam Huseín es un dictador abyecto y asesino, pero George Bush no puede dar lecciones de ejemplaridad ética. Las armas de destrucción masiva no aparecieron, aunque las buscó hasta debajo de la alfombra de su despacho, y no parece equitativo que tan garrafal error, vamos a llamarlo así, pueda zanjarse, en el mejor de los casos, con una patada en el trasero electoral del tejano. No hay una sentencia que aplicar.  Cualquier personaje merece un juicio justo, como en su momento también lo hubiese merecido Hitler. Otra cuestión es que en el banquillo de la Historia sólo se sientan los perdedores. Y quizá algún ganador de tercera que torturó siguiendo órdenes.

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