Diario de León

DESDE LA CORTE

Otro martillazo a la estatua

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FERNANDO ONEGA
León

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WINSTON Churchill solía decir que «las condecoraciones nunca se piden, nunca se rechazan y nunca se exhiben». El gran político británico debía de ser un puritano si pensaba eso, porque sólo el segundo de sus mandatos es cumplido por el resto de los mortales. Las condecoraciones no es que se pidan. Es que se reclaman hasta rozar el tráfico de influencias. Y no es que se exhiban. Es que hay casas que parecen un museo de chatarras con lazos. Y hay currículos que parecen más un medallero que un resumen de biografías profesionales. Dentro de esas vanidades, en España tenemos algún caso excepcional. El más comentado ha sido la Cruz al Mérito Militar que el Ministerio de Defensa concedió al ministro de Defensa, señor Bono, a través del Consejo de Ministros. La vanagloria sólo duró unos días, por exceso de exhibición. Y ahora, como esto de las pompas no distingue ideologías, el protagonismo le corresponde al señor Aznar. La Ser ha descubierto que la gestión de la Medalla del Congreso de los Estados Unidos fue gestionada por un gabinete de influencias, y esa gestión pagada con dinero público. No debiera sorprender a nadie. A Estados Unidos no se puede viajar sin pagar el peaje de un «lobby». Si un gobernante extranjero quiere organizar un encuentro con empresarios, reunirse con la redacción de un periódico de Nueva York u organizar un cóctel para promocionar la imagen de su país, la vía es el lobby: un gabinete de abogados o expertos en relaciones públicas. No hay otra. Olvídense ustedes de las embajadas o consulados: no sirven de nada al lado de esos influyentes despachos. Así que no debe haber sorpresa ante el hecho de que Aznar u otra persona a su servicio haya usado los servicios del bufete Piper Rudnick. Lo que ocurre es que la revelación de ese paso es una nueva espina en la corona del ex presidente. Es un trozo de barro que se desprende de su pedestal. Nos habían hecho creer que la máxima condecoración del Capitolio había caído del cielo, como un reconocimiento a su amistad con los Estados Unidos, y resulta que hubo que gestionarla por la vía más ordinaria, como si fuera un encuentro con gurús financieros de Wall Street. Todo se le está torciendo a José María Aznar. El libro de estilo de los socialistas ya puede atribuirle esas lindezas de hablan de megalomanía. Alguien está destruyendo a martillazos su proverbial imagen de austeridad espartana. Y es que eso de gastar dos millones de dólares en gestionar la grandeza personal en los Estados Unidos recuerda, no sé por qué, los fastos de la boda de El Escorial.

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