NUNCA he llevado mi osadía al extremo de llamar por teléfono a un eventual alto cargo. Ni siquiera a sus inmediatos inferiores, que por lo general están más ocupados. Tengo entendido que es inútil pretender hablar con ellos: siempre están reunidos, que no es lo mismo que estar en una reunión. ¿Por qué se juntan constantemente? ¿Acaso evitan así la famosa soledad del mando o diluyen las responsabilidades? No se sabe. También puede que sea para conseguir, entre todos, ser alguien. Lo cierto es que se pasan la vida acompañadísimos y bebiendo agua mineral etiqueta negra. El caso es que en este momento se celebran más reuniones que nunca y todas a puerta cerrada, para que no se escape nadie. El Gobierno mantiene su terrible plan para Astilleros pese al mandato parlamentario. El ministro Solbes, al que los sindicatos le han pedido que no disminuya los impuestos durante esta legislatura para poder cumplir las promesas electorales, ha explicado que la quiebra planea sobre Izar y no es posible el incremento de capital porque
. Muchas más reuniones van a hacer falta. Y más neumáticos para quemar. Lo que no nos van a dejar quemar es el tabaco. Eso de fumar se está poniendo cada vez más difícil desde que Estados Unidos ha exigido 230.000 millones de dólares a las tabacaleras por fraude y conspiración, ocultando los dañinos efectos de los cigarrillos, que son malos para la salud, aunque sean buenos para todo lo demás. El problema merece ser numerosamente debatido alrededor de una mesa por lo menos tan larga como las conversaciones. De momento, parece que se ha hallado una solución: subir el precio del tabaco. ¿Quién duda de que encarecer el tabaco es lo mejor para nuestros pulmones? Nada mejor para alejarnos de ese vicio, salvo el procedimiento que he preconizado alguna vez, con escaso éxito, de encender un cigarro y llevárnoslo a los labios no por la parte de la boquilla, sino por la que ha iniciado su combustión. En el Ministerio de Hacienda están reunidos y no descartan que los impuestos suban cuando la reunión termine.