Diario de León
Publicado por
EDUARDO CHAMORRO
León

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TODAS las naciones se parecen en que ninguna es una nación, y todas son dos: la nación rica y la nación pobre. Benjamín Disraeli, que fue primer ministro de una nación más imperial que el mismísimo Imperio Romano, escribió una novela sobre su país, Gran Bretaña, a la que puso el mismo título que el de este artículo. Así es y así será, haciendo cierto aquello que dijo Cristo de que siempre tendríamos pobres a nuestro alrededor. Otra cosa es que los pobres sepan que lo son, y que los ricos dejen de pensar en su riqueza como si necesitaran el dinero de los pobres. Y ese es uno de los argumentos fundamentales en la confrontación electoral americana. Hace cuatro años, Estados Unidos era un país rico, si se puede hablar así de una nación con un superávit de 236.000 millones de dólares. Hoy tiene un déficit de 415.000 millones de dólares. La diferencia entre una cifra y otra es la que media entre una administración demócrata y otra, republicana. Esa diferencia tiene un nombre: George W. Bush. Y si lo que va de una a otra cifra es lo que va de la riqueza a la pobreza, Estados Unidos es un país pobre. La palabra pobre puede parecer una exageración, pero no lo parece tanto si se considera que dentro de una década el déficit acumulado americano será de 2,3 billones de dólares, al que la política anunciada por Bush añadiría 1,32 billones, y la de Kerry, 1,27 billones. Son cifras que le pondrían los pelos de punta a cualquier europeo rico o pobre, pero que al americano parecen dejar más bien frío. Es curioso pero no tan raro en un país donde la conciencia de clase y origen es mucho más fuerte, intensa y compulsiva que la conciencia de la pobreza a secas, y en el que el inmenso espacio entre la costa Este y la Oeste es una prolongada estación donde cenar fuera de casa es un ceremonial que exige alguna excusa entre el cumpleaños y las bodas de plata. Estamos acostumbrados a la desenvuelta riqueza neoyorquina y al confort de San Francisco, pero la gente de Montana no tiene menos menos preocupaciones que la de Ourense, por ejemplo. La diferencia entre ricos y pobres no aclara cosa alguna en Estados Unidos. El partido republicano es el de los ricos y está unido como nunca lo había estado. El partido demócrata es el de los pobres, y nunca había estado tan desunido, hasta el punto de que ya no cuenta con el voto indudable de los jóvenes, los negros, las feministas y los sindicatos. Nadie sabe con que política estarían dispuestos a comprometerse los demócratas. Ahí está la biografía senatorial de Kerry, sin nada que estimule el entusiasmo de un desfavorecido. Ya lo ha dicho un rockero como Joe Cocker: «Me gustaría que Kerry ganara a Bush. Pero no pondría la mano en el fuego por ninguno de los dos».

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