Diario de León
Publicado por
ENRIQUE VÁZQUEZ
León

Creado:

Actualizado:

YASER ARAFAT, de 75 años de edad, entró ayer en coma irreversible. Arafat muere en «acto de servicio»; su extinción biológica obligó a Israel a poner a sus fuerzas armadas y policiales en alerta. No está mal para ser «irrelevante», calificativo con que el dúo Sharon-Bush lo motejó en los últimos años. En términos prácticos ha hecho algo más: dejar al primer ministro israelí sin el retórico argumento de que con Arafat declarado fuera de juego no tenía interlocutor con quien dialogar sobre el (moribundo) proceso de paz. El sucesor, sea quien fuere, será alguien menos satanizado y será difícil mantener la ficción, sobre todo si el interesado, mantiene la línea del fundador de la OLP. No es raro que un colectivo, una nación entera a veces, celebre lo que formalmente es una derrota pero conlleva el germen de la victoria futura. La muerte de Abu Amar, el «nom de guerre» de Yaser Arafat, tras una vida dedicada a la resistencia palestina, será una de ellas. Él fue el hombre que, literalmente, impidió que la causa nacional palestina se evaporara tras la partición del 47, la creación del Israel sionista en el 48. Desde sus días de estudiante en El Cairo, este palestino supo lo que debía hacer. Fundó Al Fatah, hizo del partido el eje de la OLP y supo pasar de la condición de revolucionario apátrida grato a los ojos de Moscú a líder con status de observador en la ONU y habitual de la Casa Blanca. Pero ese pequeño milagro le llevó unos cuarenta años. El Israel que, por obra de su primer ministro le marginó, debería recordar siempre que, al mismo tiempo, el formidable estratega y consumado táctico que fue Arafat consiguió nada menos que imponer a su gente, primero de hecho y «de jure» después (con la modificación de la Carta Nacional palestina) el reconocimiento de lo que hasta entonces era sólo la entidad sionista. Los israelíes ultras tipo Sharon nunca valoraron este tesoro. Y Rabin, que sí lo entendió y negoció a fondo con Arafat, pagó el atrevimiento con su vida. Es verdad que en el día de su adiós el presidente de la Autoridad Palestina, el embrión de estado que él pudo crear en la estela de los Acuerdos de Oslo, no ha podido estar a la altura simbólica de su despedida. Su muerte -a esta hora cerebral- se produce por enfermedad y en un hospital francés, como cualquiera, y no en la Muqata, su semiderruida residencia en Ramallah donde debía haberlo hecho, en circunstancias ordinarias. Un sagaz adagio italiano afirma que un bel morir tutta una vita honora y la muerte de Abu Amar no será heroica. Pero se honra sola: su hoja de servicios es impresionante y se reduce, a fin de cuentas, a haber llevado durante décadas a las primeras páginas de la prensa el dolor y la reivindicación de un pueblo expatriado que rehusó darse por vencido frente a una potencia militar blin dada por su aliado norteamericano.

tracking