Peticiones del oyente

HEMOS desplegado tal entusiasmo en buscar rasgos diferenciales que los hemos encontrado incluso donde no los había. ¿Qué importa haber compartido durante cinco siglos una historia común? Lo importante es subrayar las señas de identidad para que el ancho mundo se dé cuenta de que aquí somos tan ricos que no hay una sola España, sino muchas y cada una superior a la de al lado. ¿Es que no nos hemos dado cuenta de que en algunos pueblos las cajas de cerillas tienen el rascador en el sitio opuesto y de que a los botijos, que según Ramón Gómez de la Serna son hermafroditas, les pasa lo mismo en relación con el pitorro? Hay que estar muy atentos a estas cuestiones que demuestran que de ninguna manera podemos ser iguales los que hemos nacido unos kilómetros más arriba o más abajo. Hasta ahí podíamos llegar los que hemos llegado a la Unión Europea. La polémica del Archivo de Salamanca es muy significativa. Puede servir de «académica palanca», que aparte de un conjunto de humoristas es un pésimo verso del gran Miguel de Unamuno, para descerrajar el concepto de nación. Gracias a la disputa de los papeles, en su mayoría fúnebres, se ha producido una avalancha de peticiones. Ya se sabe: las autonomías lo que ven. Todas quieren lo que creen que les corresponde. Hemos pasado del nosotros al yo. «Mío, mío», que dicen los niños cuando alinean sus juguetes. Faltan veinte minutos para que alguien proponga llevarse para su tierra natal los impresentables restos de Isabel La Católica, que llevan algún tiempo en Granada. Las discusiones sobre el archivo salmantino han suscitado una serie de imitadores. Seis comunidades autónomas piden lo que creen les pertenece, ya que nada hay que sea de todos. Algunas de estas peticiones afectan a grandes museos de Madrid y Barcelona, lo que no es de extrañar, ya que empezamos a no poder vernos ni en pintura. El suicidio es siempre respetable y quizá lo hayamos decidido. No es que vayamos a taifas: vamos al puzle.