Diario de León
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RAMÓN PI
León

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QUIZÁS cuando estas líneas vean la luz haya muerto ya Terri Schiavo, la americana que desde hace quince años está inmovilizada e incapacitada de manifestarse, como consecuencia de una súbita falta de potasio, y a la que los tribunales de Estados Unidos condenaron a morir de hambre y sed a petición de su marido, un tipo que vive desde hace ocho años con otra mujer de la que ya tiene dos hijos, y que no se divorcia de Terri porque es beneficiario de un importante seguro de vida. Terri Schiavo no está enferma, en el sentido de que el mal que la aqueja la haya de enviar al sepulcro. Está aquejada de una profundísima minusvalía, pero escribo estas líneas cuando hace más de una semana que no recibe agua ni alimento alguno y sigue viva, lo que indica que, aparte de la consecuencia del incidente del potasio, gozaba hasta ahora de una salud de hierro; no todos resisten tanto tiempo sin comer ni beber. El caso de Terri Schiavo ha saltado al mundo entero cuando ya era la tercera vez que, en una durísima batalla legal entre el marido y los padres y hermanos de esta desventurada mujer, le retiraban y luego le volvían a colocar la intubación por la que recibía alimento. Y el mundo entero está contemplando cómo en un país desarrollado, civilizado, democrático y rico, es posible que por mandato judicial se obligue a negar alimento a una minusválida profunda que no recibía tratamiento alguno. Ya no nos estremecemos ante un caso como el de Terri. Ya nos parece hasta aceptable que un juez pueda decidir la muerte de una mujer porque está muy impedida físicamente. En esta situación, ¿por qué nos parece que lo que hizo Hitler fue una monstruosidad? ¿Cuál es la diferencia?

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