Diario de León
Publicado por
JESÚS MARÍA CANTALAPIEDRA
León

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PROMETO que el contenido de esta tribuna no tendrá como fondo argumental los orígenes romanos de León. Ahora, de pronto, a todo cristín le ha dado por el tema; unos bienintencionados y otros no tanto. Hasta hace bien poco en esta ciudad de Dios nos libre, ni Dios (con perdón) recordaba sus orígenes legionarios y bimilenarios. Acaso interesaba el tema a cuatro. Hoy, el enterado de turno, habla en las tabernas sobre Galba o Trajano con un desparpajo estremecedor. ¡Qué cosas hay que oír! Supongo que los motivos de la eclosión legionensis estarán vinculados a remembranzas gastronómicas que los calamares a la romana del bar Sevilla posaron en algunos. Y no voy a recordar la afamada merluza a la idem que casa Teo de San Andrés del Rabanedo nos regaló, bueno, es un decir, durante muchos años. La gaceta, o su intención, es mucho más seria. Como avisa el título, pretende transcribir unas impresiones sobre esos animales políticos que sospechan de continuo. Hace unos días, como lo vengo haciendo semanalmente desde mucho tiempo atrás, he leído el artículo de Rosa Montero en El País. Las formas periodísticas de la señora Montero, doña Rosa, siempre me encandilaron literariamente, digo literariamente; igual que Umbral, otra exquisitez periodística de la que muchos deberían tomar nota (aunque desde hace algún tiempo abusa de marquesonas y folclóricas, muy de actualidad y muy ligadas ellas a ese espécimen hortera, televisivo y ramplón, que en la actualidad abrasa al complaciente ingenuo o al tragador de todo cuanto se emite en la pantalla de la mondonguería). Se refería la Montero en su columna a la algarabía político-social montada entorno al anunciado himeneo entre una parlamentaria socialista y un colega del PP. ¡Qué horror! Los partidos políticos, perdón, sus camarlengos, han puesto el grito en el cielo ante tamaña aberración. Esto es la hecatombe. Y yo me pregunto: ¿Es que el amor, el sexo, o vaya usted a saber qué, tienen algo que ver con los colores ideológicos? ¿Es posible que en ciertos sectores de los partidos mayoritarios se pueda tildar de sospechoso a alguien por tener el obligado gusto y la necesaria exigencia de leer y pulsar en la misma jornada El País y el ABC, por ejemplo? Que no te vean las entremedias y medianías jerárquicas con cualquiera de los dos periódicos bajo el brazo. Se te cae el pelo. Dicen unos y otros: «Éste, no sé yo, siempre me pareció algo raro e incluso barruntable». ¿Es posible que no puedas tener un amigo de la contra? ¿Es posible que alguien sospeche políticamente de ti, si cenas o tomas unos vinos amigables con un adversario político del municipio, sindicato o la familia, que también haylos? Decía un alto dirigente de esta España suya, digo suya, que «le sorprendía y preocupaba que hubiera personas que sólo tuvieran amigos que pensaran políticamente como ellas». A mi también, aun sin ser mía España. Volviendo a la señora Montero, doña Rosa, ¿Es que solamente es permisible hablar con aquellos que nos dan siempre la razón? ¿Y las propias ideas? ¿Y la confrontación de pareceres? ¡Viva la democracia! De todo ello se colige que hacen falta más liberales aunque sean asilvestrados. Al liberalismo, anterior a la democracia en este país, recordemos a Ortega, nadie lo veía como una rareza («No sé yo, éste siempre me pareció algo raro»), sino como una elección intelectual según Wolf Singstone y ciertos pensadores mal vistos. Mi abuelo Severo, de derechas, liberal y antifranquista (de severo sólo tenía el nombre, el resto lo ejercitaba), me dijo muchas veces: «Mira, Jesús Mari, la política es una chaise -silla en francés, mierda en alemán-). Yo creo que se refería al alemán. Hoy, el error de muchos políticos consiste en olvidar que han sido elegidos y creer que han sido ungidos. Y así nos luce el pelo. ¡Qué pena, oiga! Vamos camino de un mundo plano, triste y acollonado, en el que sólo interesa la autocomplacencia y aquel penoso «que piensen otros». Un mundo en el que priman los prejuicios bobos, en detrimento de la libertad que proporciona el ejercicio intelectual privado. ¿Dónde quedó la personalidad de cada cual? Y en esas estamos: cuam tabula rasa, girando siempre en torno a las misma ideas, cegatos y asustadines. ¡Que pena, oiga! Al tiempo, en León, se les niega a antiguos alcaldes, pedáneos y concejales de la democracia, tener la satisfacción de recibir un reconocimiento bien ganado a fuerza de haber entregado, generalmente, todo su esfuerzo para conseguir una ciudad más que aceptable que ha sabido conjugar, a trancas y barrancas, historia y modernidad en feliz maridaje. La política, según Thiandiere, «es el arte de disfrazar de interés general el interés particular». Así y todo, felicidades para la pareja de parlamentarios-adversarios. Seguro que tendrán una descendencia muy centrada. Incluso liberal.

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