Diario de León

DESDE LA CORTE

La bondad como adversaria política

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FERNANDO ONEGA
León

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LO QUE PASÓ ya pasó. Cinco palabras. Tres monosílabos. Y una expresión muy galaica, que sólo un gallego podía pronunciar: Mariano Rajoy. Es una mezcla de epitafio de un tiempo pretérito. Es una forma de menosprecio de la nostalgia. Es una renuncia al masoquismo que desde el 14-M martirizaba al Partido Popular. Es un carpetazo a algunos antecedentes. Es, según voluntad del autor, una invitación formal a hablar sólo de futuro. Es tantas cosas, que pocas veces tan poco texto consiguió tanta resonancia mediática. Casi parece un programa de gobierno. Pero tiene algún aspecto para pensar. El primero, que no es la primera vez que Rajoy hace esa invitación a archivar el pasado. Palabras muy parecidas las dijo hace un año, y no consiguió que sus seguidores hicieran el mismo esfuerzo de superación. Debe ser muy difícil: los judíos expulsados por los Reyes Católicos mantuvieron durante siglos la memoria de los campos españoles; los musulmanes que perdieron Granada siguen reivindicando, según Aznar, el retorno a Al Andalus; los políticos que perdieron el poder, sobre todo cuando estaban a punto de seguirlo saboreando, están condenados a llevar abierta esa herida y mirar al victorioso como un usurpador. El segundo, que no todos están dispuestos a hacer borrón y cuenta nueva. Si se trata de dejar de mirar a la llaga del 11-M, ya lo dijo ayer Zaplana: seguirán mirando, porque, en el peor de los casos, sigue ofreciendo aristas de actualidad. Si se trata de desconectar con el estilo de gobierno de Aznar, tendrán difícil hacerlo, porque don José María sigue fabricando doctrina y la Fundación que preside va a ser fuente ideológica del nuevo PP. Y, si se trata de otra cosa, el mismo Zaplana también enseñó los dientes y dijo que ni en el pasado ni mirando al pasado les fue tan mal. Y el tercero es más serio. Los vínculos con el pretérito no se borran con un acto de voluntad. Esos vínculos no son los que quieren los líderes políticos. Son aquellos que ven los votantes y los creadores de opinión. Y esa percepción del ciudadano se forma con ingredientes muy diversos: con la acomodación a las nuevas corrientes sociales; con la capacidad de dar respuesta a las nuevas necesidades de la población; con ductilidad ideológica, no siempre patrimonio de la derecha; con un discurso que no sólo proclame el futuro, sino que lo adivine; con un mensaje realmente novedoso; y, por supuesto, con los rostros que se ven en televisión y las voces que se escuchan. ¿Puede Rajoy asumir todas esas exigencias? Claro que puede. Tiene capacidad para eso y mucho más. Sólo hay una condición que va contra su forma de actuar: el cambio de rostros y la oferta de nuevos sonidos. A Rajoy le pierde su bondad.

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