Diario de León
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Señor don Rafael Torres. Perdóneme que le dirija (desde la perspectiva de mi ancianidad: 89 abriles el próximo 18 de los corrientes, y aunque no le conozca más que de referencia) unas letricas aclaratorias para «restaurarle» -ya que usted se empeña- la memoria. Pues bien, según usted -y copio literalmente- «... la II República, asesinada por la Guerra desigual que le hicieron precisamente. Dieciséis mil colegios construidos en cinco años, salarios dignos, alquileres justos, libertad, ciudadanía, progreso, imperio de la ley, honestidad política, ciencia. cultura, dinamismo, proyecto nacional... tales son algunas cosas que ojalá, aprovechando este aniversario, se divulguen y se sepan para vencer definitivamente la ignorancia, el tabú y el olvido». Pues -para «talante», el mío- nada que objetar a todo eso. Usted lo ha dicho. ¡Fenomenal! Y, para mayor abundamiento, dígase que también mi padre era republicano... allá por el siglo XIX: ergo, ¡Viva la República! Y, metidos ya en la harina de los vivas, ¡cáspita! que viva también don Francisco, mi tocayo, del que luego hablaremos y que hizo más por España, bien que le pese, de lo que usted le regala generoso a su benditísima República. Y al grano de la memoria, calendario en ristre, que es de lo que se trata: - 14 de abril de 1931: «heroica explosión» de los republicanos, ante el abandono de un rey pusilánime, por el desamor electoral de media docena de ciudades... ¡que el resto de España había elegido lo contrario!. - 11 de mayo del mismo año 1931: ¡A quemar conventos e iglesias a mansalva, que para eso mandamos nosotros, coño! El que suscribe era, a la sazón, un pipiolín de 14 añines, interno en un colegio de religiosos, que presenció, aterrorizado, cómo los mayores hacían turnos de dos horas de guardia nocturna, para evitar la sorpresa incendiaria y poder huir de la quema, si llegaba el caso... No llegó ¡afortunadamente!, pero las intenciones bien claras que estaban ¡eh, don Rafa! ¿Seguimos con la «memoria» para hablar, por ejemplo, de la Revolución de Octubre de 1934, para usted, sin duda, simplicísima minucia? Pues bien, la II República -aún con el biberón, la pobre- ya era vilmente atacada, no por «guerra desigual», don Rafa, sino, y precisamente, por la violencia en armas de los mismos o parecidos incendiarios del 11 de mayo de 1931... Y ¡oh Manes Martis! resulta que, para apagar aquella fogata asturiana, los tutores de la República se vieron compelidos a llamar de urgencia, nada más y nada menos, que a un generalito -el más joven general de Europa, por nombre don Francisco- que, con su «tiranía» y un par de... «sujetos infames» como usted les apoda, restablecieron el orden de las Asturias inflamadas de dos gorrazos bien dados y a tiempo. Y esto, señor mío, lo de los «gorrazos», es, sin duda, lo que les joroba y acollondra un pelín a todos ustedes: los de la «memoria recuperable». Pues ¡a «ho-derse» tocan...! (aspírese la «h» como antaño) y haber sabido enmendalla a tiempo. No quiero irme sin aclararle que la «dialéctica de las pistolas» -mal que le pese- quedó institucionalizada desde aquello de «los tiros a la barriga» de un ilustrísimo republicano que llegó a presidente, llamado don Manuel. Usted recordará aquello de que «no es lo mismo la hazaña de don Manuel, que la de don Manuel Azaña». Francisco Courel (León). El desmoronamiento de la educación es evidente y el Gobierno ha buscado otro remedio polémico: una asignatura denominada «educación para la ciudadanía», de orientación laica ¿Qué diablos es eso? Como las familias no enseñan a sus hijos que hay que respetar a los otros, papá Estado viene en nuestra ayuda con un catecismo laico. Cambian los tiempos y han de cambiar las enseñanzas, dicen. La enseñanza religiosa incluye unos planteamientos éticos que eran el fundamento de la sociedad: no matarás, no robarás, no cometerás adulterio, no mentirás, honrarás a tus padres, etcétera. Ahora no se ponen de acuerdo ni para pactar la educación que queremos para nuestros hijos Jesús Martínez (Madrid). María C. García (Lugar).

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