Diario de León

CRÓNICAS BERCIANAS

El Cuerno de la Tierra

Ponferrada

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DESDE las tierras de Monforte y Sarriá, un ejército temible de treinta mil campesinos se levantó en armas contra su señores de la Casa de los Osorio y salió en persecución de don Pedro Álvarez, primero de los condes de Lemos gracias a su matrimonio con doña Beatriz Enríquez de Castro. Hartos del mal vivir al que les condenaba la nobleza y el sistema feudal, los irmandiños gallegos, que así llamaron a los campesinos levantiscos, cercaron al conde en el castillo de Ponferrada y don Pedro Álvarez Osorio resistió el asedio como pudo. No pudo evitar, sin embargo, que los rebeldes, que recibían ayuda de sus vasallos bercianos, arrasaran la mayor parte de otra de sus posesiones en la comarca; el castillo del Cuerno de la Tierra -ya entonces más conocido como Cornatelo o Cornatel- que desde finales del primer milenio se levantaba sobre una roca afilada y aparentemente inexpugnable en el camino de Priaranza, y que al igual que la fortaleza de Ponferrada había sido dominio templario. Corría el año 1469, y el conde, que empeñó sus tesoros para someter a los rebeldes, se decidió también a reconstruir la fortaleza a la vez que rehacía los muros dañados del castillo de Ponferrada. La mayor parte de las piedras que ha sobrevivido hasta nuestros días en Cornatel data de aquellas obras. Hoy se puede decir que el monumento está inmerso en una nueva reconstrucción, casi tan ambiciosa como la que emprendió el conde de Lemos, y todavía más milagrosa, porque detrás hay más de quinientos años de abandono y de expolio. Años en los que más de un cazador de tesoros, influido por las leyendas templarias que rodean al castillo se empeñó en buscar el Santo Grial entre sus muros abriendo pozos, zanjas y agujeros, como han constatado los arqueólogos de la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León que dirigieron las excavaciones previas al comienzo de las obras el pasado otoño. Lo que fue una fortaleza militar y una residencia noble, incluso acabó convertida en establo, en una época en la que las ruinas de nuestro patrimonio histórico no tenían mayor utilidad que servir de cobijo al ganado o de materia prima para los cercados en los campos (y el ejemplo del castillo de Bembibre, hoy prácticamente desaparecido, es revelador). A Ponferrada le fue un poco mejor, y sólo se llegó a jugar partidos de fútbol hace ochenta años dentro de sus muros. Afortunadamente, el final de esta historia está siendo feliz para ambas fortalezas, con una historia común ligada a los templarios, los Osorio, la ruina y el abandono. Los dos castillos están hoy en obras y comparten el mismo arquitecto. En el caso de Ponferrada, el aldabonazo para salvarlo de la ruina lo dio diez años atrás el Procurador del Común, al recomendar el cierre a las visitas. En el de Cornatel, el mérito de alertar de su pésimo estado le corresponde en buena parte a la Asociación de Amigos del Castillo, que ayudó a resolver el intrincado problema de la propiedad del monumento -que había pasado de los Marqueses de Villafranca a la pedanía de Villavieja- y atrajo la atención de la Fundación del Patrimonio Histórico. Y quien le pongan la medalla luego, será lo de menos.

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