Diario de León
León

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MIRA que nos gusta el cachondeín. El Proyecto Gran Simio está siendo objeto de injusta retranca, quizá porque tiene nombre de una esas películas que se estrenan directamente en DVD, cuyo productor descubre cuando ya está rodada que el director se ha fugado sin cobrar los honorarios y que los actores amenazan con querellarse si aparecen en los créditos. Sin embargo, pese a la tentación de guasa, la propuesta al Parlamento es muy seria. Como no protejamos a los gorilas, nuestros bisabuelos putativos, aquí no habrá forma humana de diferenciar un nacionalista fanático de un homosapiens, un ultrasur del último premio Nobel de Física. Toda diferencia genética es jerarquía y lección. Los dinosaurios no desaparecieron porque les cayera un meteorito, que ya es ingenuidad que fueran a estar justo ahí todos juntos, ¿en asamblea del sindicato? sino porque la madre naturaleza, desecho de bondad, cortó por lo sano y los convirtió en lagartijas, consciente del coste que supondría jubilarlos. En la evolución todo tiene su aquel; luego, menos guasa con el Proyecto. Garanticemos con leyes los derechos de los gorilas, pues nos ayudan a saber quiénes somos. Porque, digámoslo ya de una vez, no se puede ser a la vez hombre y -pongamos por caso- mandril titiritero, hay que escoger. Los simios son homo sapiens que no descubrieron el fútbol, la guerra o el chanchullo urbanístico -ah, se siente, no dieron el gran paso en la evolución-, pero no dejan de ser familiares lejanos; rarillos, pero buena gente. Eso sí, cada uno en su selva y dios en la de todos.

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