Bush, muy preocupado

ESTÁ el pobre Bush abatido y preocupado porque no sabe qué hacer con los presos de Guantánamo. Lo ha dicho en la visita que la pasada semana realizó a Viena. «Me gustaría poner fin a Guantánamo». Así, con toda humildad y sinceridad, lo reconoció el gran emperador. Quiere cerrar Guantánamo, pero no puede. Hace unos esfuerzos horrorosos por clausurar esta pocilga ilegal, pero no sabe qué hacer con los que allí ha recluido. Y nosotros creyendo que a Bush le divertía muchísimo lo de Guantánamo. Primero porque está en Cuba, y después, porque se sacó de encima un problema. Pensábamos que disfrutaba viendo a los presos afganos e iraquíes arrastrarse por el suelo, con las piernas y las manos encadenadas. Y pensábamos que cuando algunos optaron por el suicidio, el bueno de Bush ni se inmutaba. La verdad es que creíamos que le preocupaba poco lo que allí ocurre. Pero no. Está el hombre desolado, y así lo ha reconocido en público. Con lo que eso cuesta. Bush le ha dado muchas vueltas a qué hacer con los reclusos y no se le ha ocurrido nada. No se le ocurrió, por ejemplo, que podía empezar por liberar a los que no están acusados de delito. Y a los otros, trasladarlos a cárceles convencionales, donde puedan desplazarse como lo hacemos todos, de pie, sin arrastrarse y sin capucha. Y donde se les alimente como se nos alimenta a los demás. No se le ha ocurrido que podría tratarlos con el respeto que merece cualquier ser humano, por muy culpable que sea. Y que deberían de respetárseles los derechos humanos, que en Guantánamo parece que no los conocen ni por el forro. Pero, a veces, los grandes genios tienen estas cosas: que no reparan en las soluciones más simples. Por eso, precisamente. Por simples.