Cataluña, hacia lasurnas

EN CATALUÑA, desde que ganó lo que dio en llamarse la experiencia modelo e innovadora del tripartito, hemos asistido a una pérdida de tiempo y de energías tan extraordinaria que de tratarse de una empresa privada ya se hubiera declarado en quiebra y sus trabajadores andarían en el abrevadero del paro. Y ello porque las tres fuerzas que, ante la galería, dijeron apostar por un proyecto común de izquierdas, lo hacían en verdad por rivalidades personalistas que pusieron al descubierto una inmadurez política que los catalanes no nos merecíamos. Aquel juego de cartas marcadas se vino abajo por sí solo y, ahora, con el nuevo Estatuto en manos de Tribunal Constitucional y elecciones a la vuelta de la esquina, el panorama muestra obscenamente su fragilidad en esta precampaña, más subida de tono de lo deseable, sobre todo por parte del candidato Mas, de CiU, cuyo porte y posado parecen exigir a sus adversarios y a la historia que le devuelvan lo que hace tres años le robaron. Lo lamentable de este candidato, y que salpica a Cataluña entera, es su empeño en descalificar al nuevo candidato de PSC, Montilla, no por sus hechos y su programa sino por sus orígenes andaluces. Lamentable también ese encuentro secreto que esta pasada semana mantuvo en un hotel con el candidato Carod-Rovira. Estamos ante un panorama de nerviosismo exagerado porque nada estará escrito hasta el 1 de noviembre. Lo peor es que en treinta años Cataluña todavía no ha tenido un verdadero gobierno de izquierdas y buena falta le hace. Porque lo que arrastramos es un victimismo paralizante que ha hecho de España un amigo-enemigo de conveniencia que dio a luz un monstruo mayor: el ánimo redentor de Esquerra Republicana.