Una sociedad declónicos

CUANDO uno ve la fotografía de la sala compostelana abarrotada de personas que escuchan al escritor uruguayo Eduardo Galeano, propende a reconciliarse con esta sociedad en la que, sin que las leyes sobre genética lo hayan autorizado por ahora, parecen crecer los clónicos. A lo peor casi todos los hombres libres se habían dado cita para escuchar a quien lleva décadas predicando la libertad con hermosas palabras. Mire uno para donde mire, se consolidan las sospechas de que los partidos lo han invadido todo. En Valencia ya se tiran los trastos a la cabeza acusando unos a otros sobre qué lejana mano ordenó la moción a Camps. En el reciente episodio de Garzón y el 11-M se adivinan los bloques de diverso signo ideológico, por ahora en guerra fría. En el fragor de la batalla empresarial se podría apostar que más veces de las aparentes hay políticos azuzando o apoyando. Hasta en los palcos de los grandes del fútbol, y en ocasiones incluso de los medianos, se observa la estrecha relación entre políticos y balompié, aunque no se sabe quién manda en quién. En los medios públicos, especialmente en las televisiones, se reproduce la pelea de los hemiciclos, y hasta las audiencias corroboran, como en el reciente caso del debate autonómico el escaso interés por uno y otra. En las tertulias, son muchos los intervinientes que parecen llevar la camiseta que les adscribe a esto o aquello, hasta que llega la señora Caffarel y mete en los dominios hercianos de Zapatero a la nietísima, que se lleva una pasta gansa recordando a los grupos de Educación y Descanso que utilizaba el abuelo para distraer al personal. En otros tiempos en que por este país circulaban más hombres libres sin que les restaran puntos por ello, tenías la duda de por dónde iban a salir. Ahora adivinas los comportamientos por venir de cualquiera, casi en cualquier responsabilidad, en cuanto sepas de qué partido espera algo, si no lo ha obtenido ya.