Diario de León
León

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LA CARTA de De Juana en la que se regodeaba del dolor provocado a la sociedad con el asesinato del matrimonio Berrecil, recuperada ayer por los informativos, debería bastarnos para sentirnos ajenos a cualquier sentimiento humanitario con este terrorista. Sin embargo, la primera y gran diferencia entre nosotros y tal individuo radica precisamente ahí: somos diferentes a él desde la superioridad de nuestros valores. En nada puede ganarnos quien ya sólo tiene su condición de monstruo enfermo, aunque sea recibido con aplausos y pancartas por los suyos, tras lograr el segundo grado. Entiendo el dolor y la rabia de las víctimas, de los políticos amenazados, incluso de otros presos que están cumpliendo sus condenas, pues los hago míos, pero también me niego a ver entreguismos y claudicaciones a Eta en la decisión de Pérez Rubalcaba. El monstruo es De Juana, no el ministro del Interior. Desde luego, la medida no se ha tomado para captar votos, de ahí que podamos intuir que ha de tener detrás una razón de Estado, no sólo una difícil reflexión personal. No obstante, incluso si ésta se demostrara equivocada, Rubalcaba seguiría estando del lado de lo humano, en cambio ¿en qué subcategoría clasificar a un ser para quien su felicidad era ver sufrir con los atentados? De Juana está hecho un asco, porque ya lo era y lo estaba antes de iniciar su espectáculo. Muera o viva en su casa, en un hospital o en la celda nunca será un mártir. La huelga de hambre ha sido un recurso pacifista empleado por grandes hombres y para grandes causas, la de este asesino no es más que otra manifestación de su degradación. Pero hasta él tiene los derechos humanitarios que a sus víctimas ha negado. También en eso nos diferenciamos los hombres de los monstruos.

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