Es duro hacerse viejo

PASADA cierta edad, si quieres echar un cigarro tienes que salir a la puerta o te despiden. Si pegas allí la hebra con colegas de las de no te menees, puede caerte una denuncia por acoso a poco que saludes con un cortés y displicente «a las buenas» -quietas todas, que era sin querer- y no te digo nada si, de vuelta a casa, topas con la pareja de la Guardia Civil, porque entonces a poco que soples te quitan tres puntos del carné de conducir más el IVA. De poco vale que recurras que ni ibas ni venías o que estabas de vuelta de la bodega y, en general, de todo para olvidar los stop de la vida. Es, en fin, difícil sobrevivir. Los jóvenes, en cambio, lo tienen más fácil. Estos días no paran de convocarse botellones por móvil y SMS en las facultades universitarias con asistencia de hasta cinco mil mozos y mozas, madre qué guateque, que fuman lo que les da la gana, beben a esgalla y luego harán lo que el señor obispo y yo suponemos, vamos, digo yo, porque de menos nos hizo Dios, cada vez que oficia funerales por los pecadores más viciosos, veteranos y empedernidos todos los miércoles de ceniza refiriéndose a nuestra quinta, que, de paso, es la suya: «Polvo somos y en polvo nos convertiremos». Perdone su eminencia reverendísima, pero la cuaresma ya no es igual que antes. Hay bacalao y bacalao, a ver si nos entendemos. La policía nacional no interviene en los botellones porque, según el subdelegado del Gobierno, es asunto de la Policía Local, que, según el alcalde, no está para vigilar el campus, salvo que le quemen las papeleras, que para el rector no corren riesgos porque los apuntes van por Internet y estamos en la era de los sin papeles a tope. El problema es ignífugo. Servidor pertenece a una asociación de padres que va a tomar medidas: primera, matricularnos otra vez al botellón y a la Universidad, a la vejez viruelas; y, segunda, montar uno propio delante de Tráfico o de la alcaldía. Los SMS están que echan humo. Pásalo.