Diario de León
León

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MI PADRE, quien durante más de treinta años fue cronista parlamentario, en el franquismo y en democracia, solía decirme que todo lo importante lo había aprendido observando a los políticos y a los niños. Nunca me concretó qué era «todo lo importante», aunque puedo intuirlo ahora que me aproximo a la edad que él tenía la primera vez que se lo escuché decir. Mi profesión me ha permitido también tratar a numerosos políticos. La mayoría de ellos tienen poco ver que con esa persona que tiene su rostro y hace declaraciones. No pocos terminan siendo otro al que realmente son, de tanto interpretar un personaje y malgastar lo mejor de sí mismos en batallas sin causa. Siempre he mantenido que no se puede ser buen político sin ser buena persona. Y lo sigo creyendo. Conozco a políticos que dan lo mejor de sí mismos cada día, en el poder o en la oposición, aunque es cierto que suelen ser precisamente quienes reciben más bofetadas; también conozco quienes traicionan a diario las convicciones que un día tuvieron, inclusos quienes jamás tuvieron alguna y se ufanan de ello. La política no es la vida misma pero te da importantes enseñanzas sobre ella. Cada cual es libre para crear sus propios espejismos, y éste es el mío: se puede y se debe hacer política sin odiar, al servicio de los demás, sin destruir al rival. Hay un cinismo interesado consistente en propagar que todos los políticos son iguales. Y no lo son, ni siquiera en un mismo partido, donde hay jerarquías de humanidad más allá del escalafón. Sí, la gran política sólo puede y debe hacerse a golpes de corazón, el mejor gestor, ese viejo y sabio maestro, el único oráculo que nunca falla ni siquiera cuando se equivoca. Ganar es lo que importa, luego ya se verá. Ya. Pero, ¿ganar a costa de qué? 1397124194

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