Diario de León
León

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QUIZÁ no habría escrito esta columna, ni ninguna otra, si un día no se hubiera cruzado en mi vida cierto disco de Bob Dylan. Un verso de la que todavía hoy sigue siendo una de sus canciones más famosas, Don't think twice it's all right (No lo pienses dos veces, está bien) sirvió para motivarme a escribir mis propias reflexiones. Un verso preciso como el golpe del martillo en el yunque y, a la vez, con ese misterio que permite llevarlo a tu propio terreno. «Yo le entregué mi corazón, pero ella deseaba el alma». Ha tenido y tiene una carrera musical rigurosa, ajena a esta banal industria para adolescentes palomiteros en la que se ha convertido gran parte de la industria discográfica. Un merecido premio Príncipe de Asturias. Ahora hace giras con grandes del country como Merle Haggard y Willie Nelson, tercera edad según las leyes del calendario convencional, y eterna juventud si nos atenemos al reloj de arena del corazón. Aún sigue componiendo hermosas canciones, pero no mueve un dedo para promocionarlas y convertirlas en éxitos, quizá porque prefiere que sean sólo leyendas. Un poeta y su guitarra. Una voz nasal. Una armónica lastimera. Me viene a la cabeza otra gran balada suya, «Just like woman»: «Ella hace el amor como una mujer/ sufre como una mujer/ pero se viene abajo como chiquilla». Si uno reflexiona sobre en quién se ha ido convirtiendo con el paso de los años, más allá de la imagen que aparece en el espejo, descubre que es también consecuencia de aquellas canciones que le guiaron en los buenos momentos y en los malos, como esos dos o tres amigos incondicionales que están siempre ahí, en la luz y en la sombra. La vida fluye, aprendes lecciones, repites errores. Y tus viejas canciones queridas siguen ahí, por si necesitas escucharlas.

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