Diario de León
Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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«HAY QUE seguir siendo joven hasta el fin», me dijo Andrés Viloria hace apenas tres semanas, la última vez que lo vi en ese universo empedrado que para él fue el Rañadero. Iba con su sobrina Raquel, que ha sido el ángel que todos querríamos tener a nuestro lado en los últimos momentos. Hasta hace unos pocos años, Viloria, salía a pasear por su territorio del río, las palomas le contaban las últimas novedades y esperaba a la caída del sol desde el bar Cubelos, donde Dorita y Nino le atendían con la elegancia del mayordomo inglés y el cariño de la criada que lleva toda la vida en casa. En febrero celebramos allí su cumpleaños previsoramente adelantado y Manolo Gómez guarda en su cámara un puñado de imágenes de este hombre, feliz en su nube de colores y maderas talladas, soñando con su hermana niña y viuda, en compañía de media docena de amigos... Andrés Viloria había nacido al borde del camino, en el lugar donde paraban los camiones para reponer fuerzas antes de emprender, tosiendo cansinamente, el duro ascenso del Manzanal. Como marcado por una señal del destino, en ese mismo borde vivió hasta hace siete días, asomado al riesgo que siempre recomendaba como filosofía para sortear ese puñado de años que median entre el nacimiento y la muerte, que convencionalmente hemos decidido llamar vida. Andrés Viloria fue la luz visionaria en los tiempos de oscuridad y en su casa siempre había una palabra, o un silencio, o un gesto, que te animaba a seguir buscando un camino que sólo existe si tú eres capaz de desbrozarlo, apartando las zarzas de la zozobra. Mirando sin ver, porque siempre compartió sus ojos, Andrés Viloria ha muerto, siendo aún joven, a los 89 años.

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