Diario de León

EL RINCÓN MANUEL ALCÁNTARA LA TORRE VIGÍA

Juntos, por ahora Un debate perdido en dos estilos

Publicado por
XOSÉ LUIS BARREIRO RIVAS
León

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NADA MEJOR para iniciar una amistad que tener un enemigo común. Bush y Putin no tienen ningún punto de vista que compartir, salvo que ninguno de los dos puede ver con buenos ojos el reto nuclear planteado por Irán. Por esa causa mayor han pospuesto viejas rencillas, antiguos agravios y desavenencias actuales y han ido a pescar durante sus vacaciones en Maine. ¿Dónde quedan las divergencias entre Washington y Moscú? Estados Unidos y Rusia nunca se habían llevado tan mal desde el final de la Guerra Fría, que nos heló el corazón a todos, pero ahora quieren compartir el mismo mensaje a Teherán, avisándole de lo que les espera. A los españoles no nos pueden extrañar estos pactos a gran escala desde que en el pueblo de Ardales se ha logrado la compenetración municipal entre comunistas y falangistas. Sólo les queda inventar un escudo con el yugo y el martillo, por un lado, y la hoz y las flechas por el otro. Un meritorio esfuerzo unitivo entre IU, que ya ha olvidado ir en peregrinación a ver la momia de Lenin, y la llamada Falange Auténtica, que dejó de existir cuando murió Primo de Rivera. Si el acuerdo ha sido posible en un pequeño pueblo andaluz, nadie debe juzgarlo inverosímil en la rocosa costa de Maine. Simular cordialidad no es difícil y menos para los políticos, que siempre tienen algo de actores. La dificultad a la que se enfrentan supera a la del escudo de Ardales, ya que están hablando del escudo antimisiles que el Pentágono quiere instalar en Europa del Este. En los retratos es habitual llevarse bien, pero cuando se quedan mano a mano a solas, desaparece la fotogenia. Putin acaricia al perro de Bush y Bush disimula las ganas de morder a Putin. Sus posiciones han cambiado, pero nunca salen movidos en las fotos. El único sincero es el perro. EL DEBATE SOBRE el estado de la nación está pensado para hablar de política general. A modo de ejemplo, si queremos saber qué pasó en el Líbano, o que amenazas se ciernen sobre nuestras tropas en Afganistán, basta con que un diputado plantee una pregunta al Gobierno. Pero si queremos hablar sobre nuestra política internacional, y sobre el sentido que tiene el dárnoslas de gran potencia al margen de las estructuras defensivas de la UE, debemos acudir al debate de política general. En la misma línea, si queremos establecer una nueva ayuda a la natalidad, bastaría con que el ministro del ramo concurriese a una rueda de prensa para explicar, decreto en mano, por qué se da esa ayuda. Por el contrario, si quisiésemos hablar del problema demográfico de España, y de sus posibles soluciones, el marco sería el Parlamento y, de forma muy concreta, el debate sobre el estado de la nación. En este sentido hay que darle la razón a Josu Erkoreka y reconocer que el debate no alcanzó la altura de vuelo que corresponde a la política general, y que lejos de hablar de las políticas que España necesita, se limitó a facilitar la manipulación de los problemas y desavenencias concretos que presagian un combate electoral largo, bronco y estéril. Hay que decir, sin embargo, que el debate sobre el estado de la nación sirvió para mostrar dos formas de entender la política y el Estado que pueden iluminar con toda claridad nuestras preferencias electorales. Porque si es cierto, como parece, que vivimos en un país próspero, que genera empleo y riqueza en abundancia, y que no tiene mayores problemas que los exhibidos por Rajoy, vale más contar con una política amable, dialogante y flexible, como la de Rodríguez Zapatero, que volver al Estado grandioso e infalible, siempre atormentado por envidias y separatismos, que gobernaba el último Aznar. Porque si hay que escoger entre la equivocación y el dogma, prefiero equivocarme. Y si la grandeza del Estado se resuelve en rancios lenguajes e iluminados centralismos, prefiero una España más pequeña, discutible y hecha a mi medida. 1397124194

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