Memoria histórica

AUNQUE los países resurjan de su pasado, la memoria histórica les persigue inevitablemente y en ocasiones se asoma perturbadora a la coyuntura. Es lo que acaba de pasar en Japón, donde un ministro ha tenido que dimitir por sus opiniones polémicas sobre la Segunda Guerra Mundial. Como es sabido, el ministro de Defensa japonés, un tan Fumio Kyuma, se puso en evidencia al asegurar que el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki fue «inevitable» y consiguió asimismo poner término a la Segunda Guerra Mundial. Las críticas lanzadas por las víctimas de aquellas tragedias han forzado la crisis, pese a que el ministro cesante pidió disculpas. Todos tenemos historia, y aunque las susceptibilidades son diferentes, lo más inteligente es utilizarla como referente intelectual adherido a la propia conciencia pero sin esgrimirla ni blandirla a modo de arma arrojadiza. Porque las viejas heridas, o están completamente cicatrizadas o se reabren y supuran, hasta causar entonces daños imprevisibles e incalculables. De ahí que sea un disparate dejar la memoria histórica en manos de nuestros políticos.