Diario de León
Publicado por
MARÍA DOLORES ROJO LÓPEZ
León

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EL ACONTECIMIENTO más esperado en la vida rutinaria de cada uno es, posiblemente, el período vacacional. No caben tantos planes como pueden ocurrírsenos en tan pequeño espacio de tiempo. Proyectos como ordenar la casa, leer aquellos libros siempre pendientes, disfrutar de la montaña, la playa, el campo o la soledad de las ciudades semivacías que respiran tranquilidad a medida que el mes de agosto se acerca, comienzan a ser el marco de actuación idónea para el merecido descanso. Estos y otros propósitos semejantes solemos hacerlos en la intimidad de nuestro pensamiento, en solitario disfrutando anticipadamente de nuestro futuro tiempo libre en los momentos de silencio en los cuales no compartir tiene sus ventajas. Porque la realidad que llega más tarde es bien diferente. Los problemas comienzan ya en el mismo momento de elegir el lugar donde entregarnos a una supuesta felicidad que casi nunca suele ser tal. Playa, turismo cultural o exótico, casas rurales o viajes religiosos acaparan la amplia y variopinta escena de las disputas. Y eso siempre que se disponga de una importante cantidad de euros para gastar libremente porque ese es otro problema que sale muy pronto a relucir en las peleas vacacionales. ¿Pedir un crédito para disfrutar unas vacaciones?¿Pagar durante todo el año otra cuota añadida a los libros, la ropa y el colegio del invierno? ¿Tener que tomar la cerveza en casa durante el resto del año por aquel lejano viaje en el que nos picaron multitud de mosquitos, la comida era pésima, el calor insoportable y el respectivo cónyuge se quejó todo el tiempo después de ser él/ella quien lo eligió?. Regresamos con la idea de no repetir nunca más pero la triste realidad es que solemos caer dos veces e incluso más, en la misma piedra y no aprendemos que siempre está igual de dura. Las vacaciones obligan a la convivencia estrecha, aspecto que genera no pocos disgustos para todos. Durante el año podemos ocultar tras la prisa todo aquello que nos disgusta del otro pero se hace evidente de golpe cuando condenados a usar el mismo espacio por más tiempo, nos chocamos con demasiada frecuencia. Nuestra disposición mental inicial es un colchón muy estrecho para frenar el temporal que termina llegando. Hemos concebido ilusiones propias cuando saboreamos los días que están por venir aún. Hemos hecho planes que nos parecen posibles, divertidos e interesantes. Nos hemos propuesto ser felices a pesar de todo ante la escasez de momentos semejantes durante el año. Pero casi nunca nos detenemos a pensar que si no estamos solos es difícil que opinen igual que nosotros y que ante este panorama, la más mínima decisión puede ser motivo de una terrible e incontrolable tormenta que en muchos casos promueve las consabidas separaciones veraniegas. Porque la familia en vez de suponer, en muchas ocasiones, un remanso de paz se convierte en un laberinto de dificultades bajo las cuales intentamos bucear sin éxito. Por no hablar de los problemas que se plantean cuando la abuela tiene que acompañarnos. Demasiada gente para la libertad serena que esperamos en estos días tan deseados. Los niños incapaces de salir del agua piden incontroladamente los caprichos de «playa» que sólo se les permite en este tiempo. Las mujeres, aprovechando las últimas oportunidades que la moda impone, continúan visitando tiendas como si en el lugar donde se vive no existiesen mejores ocasiones y géneros, a la par de comentar el peso que han cogido durante el invierno y el próximo régimen al que se someterán a la vuelta. La abuela, que parece adaptarse a todo, no deja de opinar sobre lo mismo mostrando su desacuerdo la mayoría de las veces. Y por último, aparece en escena el doliente marido cuya única oportunidad queda ya reducida a la visión de los escasos cuerpos esculturales y plastificados que van quedando en las playas españolas. El esperado sexo desenfrenado que se espera en vacaciones nunca termina de llegar y se sustituye con demasiada facilidad por cenas abundantes, cansadas visitas a parques de atracciones o interminables recorridos turísticos que nos dejan agotados en unos días que en principio prometían ser para el sosiego, la tranquilidad y el disfrute. Posiblemente planteamos inadecuadamente la totalidad de los días que reservamos para el goce de lo que no puede hacerse en otra época. Deberíamos cumplir con nuestras obligaciones familiares para mantener ese equilibrio homeostático que todo organismo debe establecer con sus partes. Planificar, de este modo, unos días para trasladar el hogar a la costa, o a cualquier lugar, y hacerlo con la mejor de las disposiciones procurando que todo el mundo sea complacido. Es un reto sencillo si por delante nos esperan otros cuantos dedicados al compromiso que todos deberíamos tener con nosotros mismos para encontrarnos con la oportunidad de un deleite sin cortapisas. Dejarnos pues, un breve tiempo de hallazgo con lo que a cada uno y de forma estrictamente personal nos agrada sin perjuicio de nadie. Establecer un período de vacaciones personales por las que merecería la pena discutir con nuestra pareja pudiendo elegir, de acuerdo a las características de nuestra relación, incluirla en la huída o no. Y esto, sin duda, por ambas partes compartiendo las responsabilidades que acarrease tal decisión. Porque se llega a un punto en la vida en el que uno comienza a sentir que ésta se escapa con demasiada rapidez y con suma facilidad. E incluso, comenzamos a cuestionarnos, a partir de una determinada edad donde todo parece determinado y preciso en ella, si verdaderamente hemos hecho todo lo que nos propusimos en la entusiasmada juventud. Y lo que es peor, ante el sentimiento de haber dejado parte de nuestras ilusiones en el camino, sin cumplir, puede llegarnos una sensación destructiva de culpabilidad y frustración que queramos compensar con el conocimiento de nuevas experiencias en un chat. Nada es malo ni bueno en si mismo. Dependerá de las circunstancias con las que rodeemos el plan de acción hacia lo que creemos una nueva libertad y sobre todo, con el razonamiento que nos acompañe a la hora de limitar nuestro peculiar universo de deseos y expandirlo fuera de nosotros mismos. Las vacaciones deben suponer verdaderamente una expansión para el cuerpo y una renovación para el espíritu. Un tiempo en el que podamos poner los sentidos a funcionar en la más exquisita y literal extensión conceptual de los mismos. Una época en la que cada cual busque aquello que le hace feliz, que le da tranquilidad, sosiego y equilibrio para enlazar de nuevo con el mundo laboral que estará a nuestra disponibilidad en toda su vertiente agónica y rutin aria por un años más. Su término debe dejarnos buen sabor de boca, añoranza de lo bueno sucedido y no desesperación de lo perdido. Debe suponer, en definitiva, un espacio propio para la expansión de los deseos por sencillos que sean y mejor aún si lo son por ser más posibles y realmente alcanzables. De todas las formas, si nada de esto es posible siempre nos queda la mejor de las posibilidades y es la imaginación. Nuestra mente es el único engranaje que nadie puede controlar y está a merced de nuestra capacidad de decisión. Controlar nuestros pensami entos equivale a decidir sobre nuestras emociones. Por lo tanto, si el escape del cerco familiar no es posible y se estrecha excesivamente el círculo, quedémonos con nuestro propio paraíso personal. Hagamos un viaje a nuestro interior y disfrutemos del encuentro con lo más íntimo.

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