Diario de León
León

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SE CUMPLEN veinticinco años de la muerte de Henry Fonda. Alguna vez nos hemos preguntado en esta columna si la desaparición de cierto tipo de cine había implicado también la extinción de cierta clase de héroes y de todo aquello que simbolizaban. Hoy se hacen películas excelentes, pero la concepción de lo heroico no es la misma. El abuso de los efectos especiales, convertidos en el protagonista absoluto de la historia, ha desterrado los arquetipos, físicos y psicológicos, que encarnaron Fonda, Stewart, Cooper o Peck, entre otros. Hombres íntegros que cumplían su deber. Proyectaban en sus interpretaciones que un ser humano es más que su éxito profesional o su fuerza física. La interpretación de Fonda en «Doce hombres sin piedad» del ciudadano común dispuesto a dedicarle todo el tiempo necesario a debatir una decisión que puede condenar a muerte a un inocente, frente a las prisas o mezquindades de sus compañeros de jurado, fue mucho más que una lección de sobriedad gestual. Era verdad, como pueda serlo el amor o el dolor. George Jones se pregunta en una balada quién ocupará los zapatos de los grandes cantantes country cuando ya no estén, y se pregunta si habrá otro Cash, Nelson, Haggard...Quizá la juventud actual no puede ya identificarse con los personajes que aquellos actores encarnaban, ni con sus códigos éticos, porque nada les permite hacerse ilusiones sobre la condición humana. Sin embargo ¿acaso hubo alguna vez hubo tiempos sin luces y sombras? Las estaciones son cada año las mismas, el corazón del hombre ha bombeado siempre sangre, pero cada época tiene su propia concepción del héroe, que la define en sus logros y carencias. ¿Será que anhelamos a los héroes del ayer porque nos recuerdan a nuestros padres, a sus valores, a su protección?

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