Diario de León
León

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CADA ESPAÑOL tenemos una vaca lechera y no es una vaca cualquiera. Es la vaca del ego hinchado, del cabreo constante, y del al enemigo ni agua. En definitiva, la vaca de la mala leche. En política es donde se observa con más claridad este fenómeno lácteo, que se da en todos los partidos, pese a que estar todo el día irritado sube el colesterol y baja la libido, según se ha demostrado científicamente. Obligados a hacer declaraciones a todas horas, y sintiéndose en el deber de dar grandes titulares para el olvido, muchos políticos han convertido la mala leche en un subgénero de la oratoria barriobajera. Pero sólo es su recurso facilón ante un pueblo como el nuestro, que presume de haber inventado la patada en los mismísimos. La mala leche, en política y en todo, rara vez tiene que ver con la verdad. No la confundamos con la ironía o cualquiera de las posibilidades de la socarronería, tampoco con el repente o con el enfado puntual. Tampoco es una reacción primaria ante algo concreto, sino una actitud vital que se ensaya frente al espejo. Tiene maestros y alumnos. Debe reconocerse que sobre ciertos electores produce un efecto hipnotizador, de raíces masoquistas; vamos, que da votos. Pese a todo, no es una cualidad innata de los líderes, sino de los dictadores. Dicen que España vive crispada, yo lo que creo es que el tolong tolong de las vacas de la mala leche hace más ruido. Mugen más alto, eso es todo. Ningún partido se libra, son políticos concretos, con nombre y apellidos, quienes eligen otras formas de expresión más educadas y amables; quizá consiguen menos titulares, pero son quienes hacen la gran política, desde el poder o desde la oposición. Sobra mala leche, reivindicamos la buena ¡Con lo simpática y apañadina que es la vaquera de la Finojosa!

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