Diario de León

EL MIRADOR

Muchas horas de televisión

Publicado por
VALENTÍ PUIG
León

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SON MUCHOS los ciudadanos que, en cómputo de horas, a lo que dedican más tiempo es a los medios de comunicación, después del tiempo dedicado al trabajo. No están en alza los índices de lectura pero la televisión ocupa un segmento sustancial de la jornada, y la atención a Internet va en aumento. Lo mediático es un efecto de tam-tam al infinito. Los medios de comunicación ya no tan solo informan, opinan o entretienen: dan forma al mundo en qué vivimos. Lo discursivo se evapora: domina el sound bite , los diez segundos en que hay que saber decirlo todo, comprimir el mundo para que asuma los postulados de la videocracia. El sound bite comprime toda una forma de entender: en definitiva, simplifica. Vivimos en la paradoja de las sociedades abiertas en la que todo debe someterse a examen pero no vinculado a valores, ni a la racionalidad. El fragor informativo indiscriminado toma el lugar de la valoración priorizada, jerarquizada. Al lograr ir eliminando reductos de intolerancia hemos ido pasando a una opinión a la carta, de todo a un euro. Incluso lo políticamente correcto puede verse superado por la nueva sentimentalidad. El conflicto moral queda desplazado por la sensación y la emoción. Todo resulta ser efímero. Asumimos opiniones pasajeras, volátiles, totalmente miméticas, por siempre cambiantes. El emocionalismo se impone al raciocinio o a la reflexión. Crece la abstención electoral y a la vez aumentan las audiencias de televisión, en conjunto o por segmentos. Mientras tanto, es el instinto de cualquier político influir para que periódicos, radios y televisiones le sean favorables y beneficiosos. Por otro lado, no es de menor importancia que algunos periodistas se sientan investidos de una autoridad moral que les pone por encima del resto de la raza humana. Cierta o inventada, se cuenta mucho una anécdota de George W. Bush. Habla con unos periodistas y les dice que mira poco la televisión y no lee mucho los periódicos. Le preguntaron: «¿Y como sabe lo que piensa la gente?». Respuesta: «Están ustedes haciendo una gran suposición, la de que son ustedes quienes representan lo que la gente piensa». De ser positivo que los periodistas filtren un acceso abusivo de los políticos a la información, podemos pasar al otro extremo: los periodistas dictaminan sobre la verdad y al proponerse limitar la manipulación política se exceden y toman todo un protagonismo indebido. No por presentarse de forma agresiva resulta que sus argumentos o investigaciones son más sólidos y lúcidos. Aparecen profetas y telepredicadores. No es fácil hallar el justo medio entre la no sumisión al poder político y la regañina sistemática a los políticos que han sido democráticamente elegidos. La menos mala de las situaciones sería un consenso autorregulador. Para tal fin, quienes primero deben practicar la transparencia son los periodistas. El ideal de una televisión independiente y racional que evitase las cotas actuales de mal gusto y chabacanería de cada vez es algo más lejano. Manda el share , el uso del mando a distancia, las ganas de entretenerse como sea. Uno desea la compañía de la pantalla para tomarse una pizza repartida a domicilio y una cerveza. La otra versión, es un mundo televisivo altamente politizado, en manos del Estado o de alguna forma de financiación pública, autonómica o local. Ni tan siquiera la BBC -viejo modelo de aspiración-logra mantener sus niveles históricos de calidad y no perder telespectadores frente a los canales privados. Políticos y periodistas compiten por el poder, por influir en la opinión pública, por ser los reyes del juego o los árbitros de la verdad pura. Esa confusión respecto al bien común está haciéndose parte del sistema. La propia televisión interviene en la vida social y la coarta. Atentos a los programas de salsa rosa no estamos como antes en la vida familiar o en la convivencia cívica.

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