Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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EL CATÁLOGO de los galardonados con el Premio Nobel de Literatura puede que de risa, pero el de los agraciados con el Nobel de la Paz da grima. No merecieron el primero ni Tolstoi, ni Proust, ni Joyce, ni Borges, pero no es menos sorprendente que lo obtuvieran otros. Está claro que eso que llamamos justicia es de linaje divino y no suele prolongar sus estancias terrestres. Con el de la Paz ocurre algo más grave: ha ido a manos de muchos señores de la guerra. Señores o propulsores. Combatientes o gerentes. Que haya recaído en Al Gore no deja de ser curioso, una vez probadas las argucias y astucias para alertar al mundo contra el calentamiento global. Hace falta ser un tipo muy frío para conseguir el voto de los suecos. «¿Contra quién va ese elogio?», se preguntaba Unamuno cuando oía alabanzas desmesuradas a alguien, en presencia de sus posibles rivales. A mi, debo reconocerlo, Al Gore me cae simpático. En un grado y otro, todos los políticos lo son. Además, no le perdono que perdiera frente a Bush. Si le llega a ganar, otro sería el presidente más mediocre de la gran nación americana. Su nómada cruzada contra el cambio climático ha sido en realidad un reproche contra el actual presidente y los analistas políticos consideran que lo que en realidad persigue este infatigable señor es conseguir una adecuada rampa de lanzamiento. Si es así, lo ha conseguido. Dicho de otro modo: Al Gore no hubiera sido jamás premiado con el Nobel de la Paz sin el asalto petrolífero a Irak y sin las discusiones de Kioto. El premio le deja bien colocado para la próxima contienda electoral. Al Gore piensa donar la mitad del importe del sonoro galardón -millón y medio de dólares- a un grupo ecologista. No quiere el dinero: quiere el sillón.

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