Ocho banderas blancas

MÁS DE cuarenta manifestaciones hubo en los pasados días en nuestras ciudades clamando al cielo. Convocados por la Alianza Española contra la Pobreza, les recordaban a los líderes políticos que en vez de pelearse entre ellos se unan para pelearse contra la miseria. La que se celebró en Madrid empezó en La Cibeles, que según Ramón Gómez de la Serna es la reina Isabel volviendo de la América donde nunca estuvo, y terminó en la puerta del Sol, donde ahora rueda José Luis Garci una película sobre el 2 de mayo más célebre de los calendarios. Durante el trayecto se portaron 8 banderas blancas que simbolizaban los siempre aplazados proyectos para combatir el hambre en el mundo, desde la condonación de la deuda externa al cambio de las normas vigentes del comercio internacional. Se ha creído siempre en las épocas revolucionarias que no hay que elaborar un programa contra la pobreza, sino un programa contra los ricos. Algunos se esfuerzan por convencernos de que en el planeta hay alimentos para todos, pero quizá no sea cierto. Al menos no lo será mientras la voracidad sea distinta. Pablo Neruda soñó con un vapor oceánico de sopa y una gran panoplia de cucharas, pero faltan platos y, lo que es peor, faltan sillas para sentarse a la mesa. El mundo está dejado de la mano de sus diferentes dioses o bien lo que ocurre es que esos dioses no tienen manos y por eso no nos puede echar una y tenemos que arreglárnoslas nosotros, los pobres mortales. Se trata de conseguir que nadie se muera de hambre y de hacer el milagro de las banderas blancas, convirtiéndolas en millones de manteles. Aunque así fuera, la solución seguirá estando lejana, ya que el mayor problema es la falta de anfitriones.