Diario de León
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León

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DESPUÉS de años de culto al «deprisa, deprisa», que significaba en Occidente el frenesí del progreso y el desarrollo, las sociedades occidentales están descubriendo la necesidad de luchar contra el estrés, de relajarse, de gozar de determinados bienes como la tranquilidad y el sosiego que no están en los balances económicos ni en las estadísticas, también apresuradas, que miden supuestamente el bienestar. Y como la innovación no acaba de serlo si no posee raíces anglosajonas, han ido surgiendo paulatinamente una serie de iniciativas bautizadas como corresponde: el slow food (antinomia de la comida rápida), el slow travel -o turismo despacioso, antitético de las giras al uso-, el slow sex y hasta las slow cities . Quizá a la postre acabemos descubriendo que esté vértigo que hemos construido entre todos y que llamamos globalización, que la celeridad sorprendente y arrebatadora de la información y la comunicación, que la rapidez de nuestros viajes o la subitaneidad de nuestros placeres no nos satisfacen realmente. Quizá, en fin, terminemos pensando que la civilización consiste en ser nosotros mismos y en caminar a nuestro propio ritmo.

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