Diario de León

DESDE LA CORTE

El lenguaje que mejor entienden

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FERNANDO ÓNEGA
León

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LA NOTICIA de hoy, además de la muerte del segundo agente, es la detención de dos de los presuntos autores del atentado de Capbreton. Ante ella, sólo puedo expresar varios deseos. Ojalá se confirme que son los asesinos. Ojalá se detenga pronto al tercero. Ojalá hayan podido disfrutar de poco más de tres días en libertad. Y ojalá su detención sirva para deshacer los restos de esa banda que no sabe hacer otra cosa que matar. Verlos hoy a disposición de la Justicia es el único consuelo que se puede enviar al guardia Fernando Trapero, a su familia y a la de su compañero Raúl Centeno, y a toda la sociedad que sigue conmovida por el hecho criminal. La policía francesa que los detuvo merece hoy el reconocimiento público de España por su eficacia. Ha hecho más por levantarnos la moral que todas las iniciativas políticas vividas hasta hoy. Este país nuestro lleva décadas debatiendo el sexo de los ángeles: si la solución policial y judicial es mejor que la política, o ambas son complementarias. Durante los últimos meses hemos consumido energías estériles hasta llegar a estos días donde, por fin, se pudo colocar una pancarta unitaria que habla de «derrotar a ETA». Antes, parecía como si esa expresión escociese en algunas esferas del poder, excesivamente confiadas en la salida negociada. Y la indefinición de criterios dio origen a tensiones internas graves, a divisiones suicidas y a lo que demostró la concentración del martes en Madrid: que no hay pueblo que acompañe los simulacros de unidad. Lo ocurrido ahora, la detención al cuarto día del atentado, es el lenguaje que exige el estado de derecho y el que mejor entienden los terroristas. En la mesa de negociaciones, el terrorista se crece, chantajea, extorsiona, busca imposibles, detecta la debilidad del adversario y se levanta cuando le conviene y en la forma más estrepitosa: por ejemplo, poniendo una bomba en un lugar espectacular. En la sala de declaración de una comisaría comienza a rendirse. En el juicio puede amenazar al juez, patear el cristal, no aceptar al tribunal o sonreír como forma ensayada de irritar a los demócratas; pero acaba comprendiendo que es su sitio natural y el comienzo de una larga temporada entre rejas; siempre un precio insignificante para quien ha segado vidas. En la medida en que los terroristas vean que su libertad después de matar puede durar unos días; en la medida que comprueben que tras un asesinato ya no hay para ellos tranquilidad en ningún lugar del mundo; y en la medida en que desaparezca el horizonte de impunidad, en ese momento comenzaremos a ver el final de esta mafia. Y después se podrá hablar. Es el único mensaje que les queda después de que han escupido en la mano de quien quiso tendérsela con toda la buena fe.

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