Patxi y la Montse, kosovares

EL NACIMIENTO de la nueva república de Kosovo está siendo muy celebrado por los nacionalismos vascos y catalanes que lo presentan como un «modelo democrático» para sus respectivas aspiraciones, que son al final las mismas. Uno de Tierra de Campos diría que Ibarretxe y Carod Rovira están majaras por lo lejano de aquellos andurriales, pero estos últimos tienen sus buenas razones, incluso históricas: ya en la Edad Media los reyes navarricos intentaron conquistar Albania de herencia para los hijos que no entraban en el mayorazgo y el valenciano, catalán e italiano a medias Roger de Lauria hizo lo propio para el conde de Barcelona. Ambos conquistaron Kosovo y barajaron quedárselo, pero, pensándolo bien, volvieron a casa porque allí no crecían más que higos chumbos y problemas. Aparte de los libros de historia hay también algunas películas patrióticas, subvencionadas naturalmente por Ajuria Enea y la Generalitat, que ilustran sobre aquellas desafortunadas hazañas. Ya l o avisó Putin, valiente cabrito de la KGB cuando dijo aquello de que «España y Yugoslavia se parecen mucho». Hombre, no tanto, hay una diferencia de tres siglos y pico, según el cachondo profesor Paco Sosa Wagner, de cuyas clases su alumno más aventajado, el presidente Rodríguez Zapatero, ha sacado más bien poco provecho. Hay gente a la que no le entran las cosas en la mollera. También hay bastantes militares de León en Pristina, capital de Kosovo, junto con algún que otro vasco y catalán para expiar las pifias de sus antepasados. A cambio hay igualmente no pocos kosovares desvalijando chalés en León con método militar, cuerpo a tierra. Los servios, por lo demás, consideran a Pristina como su Covadonga, Santiago de Compostela o Monserrat particular. Lo mismo que los rumanos hacen con el conde Drácula, el que empalaba a los turcos para que espabilaran como Santiago Matamoros cortaba cabezas. Cada país tiene sus propias costumbres y folclore que, a lo burro, suelen cambiar muy poco. Se impone la alianza de civilizaciones.