Los acusadores

LES ESTÁN llamando traidores a todos los que piensen que el señor Rajoy, con sus acreditadas virtudes de formalidad, no sería el candidato más sugestivo para las elecciones próximas. Hay gente, en la dispersión que provoca toda derrota, que opina que verle, con la barba más blanca y quizá con algún kilo de más, ofreciendo las mismas cosas que no lograron la general aquiescencia, obtendría idéntico resultado: sólo convencería a los previamente convencidos. ¿Por qué acusarles de traición a quienes, en su propio partido, buscan senderos nuevos? Todos estamos de acuerdo en que se hace camino al andar, que por cierto es el único verso de don Antonio Machado que se han aprendido algunos políticos, pero no tiene sentido pisar siempre sobre las propias huellas. No son traidores los que se reservan para el siguiente congreso. Aspiran a que no sea digital. Un partido político no es una monarquía y por eso los candidatos a la sucesión no están designados de antemano, ni por uno de los dedos, generalmente el índice, de esa mano. Ahora se busca al inconfeso, vocablo que define al presunto reo que no reconoce el delito que se le atribuye y que le sienta divinamente a Ruiz Gallardón, de incuestionable inteligencia política. También a Rodrigo Rato, que no está dispuesto al parecer a que se cuestione la suya. No están claros los traidores, ni los inconfesos, pero se nos ofrece con toda nitidez la figura del mártir, que es el señor Rajoy. Decía Bernard Shaw que el martirio es el único camino por el cual alguien puede llegar a la celebridad sin desplegar ninguna habilidad. Parece que a este buen hombre le están dando a elegir dos cosas: sacrificarse o que le sacrifiquen. Al fin y al cabo, son dos posibilidades.