Diario de León
Publicado por
VENANCIO IGLESIAS MARTÍN
León

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CADA PARTE DE nuestro cuerpo puede representarnos como totalidad, porque todas y cada una nos diferencian de los demás. Pero el culo¿ Innombrable por excelencia (perdona, lector que lo haga con toda inocencia) es sin embargo el órgano que mejor representa el debate interno que nos tortura desde que tenemos uso de razón. Allí es donde la moral toma forma debatiéndose entre la libertad y la necesidad, lo público y lo privado, el espíritu y la materia, el cielo y el suelo, la idea y el mísero recordatorio de que ese agujero no nos permitirá nunca ser ángeles. Todo puede posponerse, todo deviene contingente, todo puede ser prescindible menos, como dice Sloterdijk las necesidades fundamentales, lector: cagar y morir. Puedes dejar de comer hasta cambiar los designios de la política (caso del etarra que fuera de su huelga de hambre no es nada ni para el Gobierno ni para ETA); puedes dejar de beber morirte de sed. Puedes vivir como un monje prescindiendo del sexo, o mejor sustituyéndolo por otras actividades que consideres más espirituales¿ Puedes¿ Pero, recuerda, hombre. No puedes dejar de cagar definitivamente y no vas a vivir, más allá de la fecha de caducidad que tienes escrita en alguno de tus genes. Así pues, un respeto, amigo, para ese viajero que te acompañará siempre en tu peregrinar hacia el santuario de la muerte. Un respeto. Innombrable, desvergonzado, impositivo, caprichoso, tirano, jovial, libertario, holgazán, bohemio, sucio, cínicamente educado (es decir respetuoso de convenciones) o gamberro carente de respeto, indecente y cantor, soprano, bajo, tenor, músico de trompeta, saxo, violín, bombo o tambor, el culo, siempre embozado como un matón del siglo XVII, no cesa de poner a prueba todas las convicciones, y todas las convenciones morales estéticas o religiosas. Él, desde su exilio interior, te recuerda que tú también eres un exiliado en tu propia sociedad y que en cualquier momento puedes romper con las convenciones que te atan para convertirte en un exiliado de pleno derecho. Él te recuerda, siempre con sorna, que tus palabras son muy altisonantes, que tus ideas tienen excesivas pretensiones, que tu fama es vanidad y tus escritos un flatus vocis; que, si el aire llena tus pulmones de espiritualidad, el aire manejado por él puede causar a tu alrededor, espanto y risa, decepción y burla, quebranto y alegría, aplauso e indignación, vida y muerte. ¿Muerte? En su Historia Judía, cuenta Flavio Josefo cómo, in illo tempore, es decir por los años 50 d.C., durante el imperio de Claudio, el procurador Ventido Cumano mandó colocar una cohorte de legionarios en lo alto del templo para vigilar durante la Pascua y evitar disturbios pero¿ «Uno de los soldados romanos, recogiéndose el manto se agachó de manera indecente, volviendo el trasero hacia los judíos, (...). Este espectáculo indignó a la multitud, quien exigió a gritos que castigara al soldado. Varios jóvenes [tal vez zelotes] de sangre más ardiente y algunos revoltosos de la plebe se armaron de piedras y apedrearon a los soldados». (69) (Traduc. De Laura Bizzarro). Parece que el soldado, además de enseñar el trasero soltó un cuesco horrísono con lo que comenzó una revuelta que costó la vida a más de diez mil (?) veinte mil judíos¿ Las cifras varían según las fuentes, pero el culo del anónimo soldado pasó a la historia como responsable de uno de los primeros holocaustos, que empieza por esas fechas y termina en el año 70 con la destrucción de Jerusalén y en el 73 con la de Masada. ¡Un culo! Amigo lector. Sé que te he puesto en una seria encrucijada, pero si eres desprejuiciado, y te gusta mirar las cosas como son y nombrarlas con su nombre de «pila», no me negarás que eso que no queremos ni nombrar, porque parece de mal gusto hacerlo, tiene en tu vida una importancia superior. Su cierre y apertura incontroladas caracterizan el placer en los niños y el espanto en los ancianos. Desde que el niño toma conciencia del mismo, hasta que la pierde en la vejez, la vida entera se ve condicionada por un ejercicio constante de vigilancia y control sobre un órgano que no admite disciplina. Si tu moral es muy estricta y tiendes a imponerla a los demás nunca experimentarás la felicidad de un pedo jovial, alegre y divertido; si por el contrario eres de moral laxa y expulsiva tenderás a ahuyentar a amigos y enemigos con tu culo. Si ni una cosa ni otra, vivirás alegre y divertido muchas veces; triste, amargado y aún desesperado otras y los biorritmos de tu culo se adaptarán perfectamente a ese carácter. Algunas veces me preguntaba por qué los americanos, en sus películas de violencia, son tan aficionados a la palabra: no hay poli o maleante que no conmine a alguien con un: levanta tu culo, mueve tu culo, quita tu culo, etcétera. Es la democracia. El país que desconoce la aristocracia siente en ese extremo la fuerza igualadora de la democracia. Quizá la plebe se caracteriza por el uso que hace del culo y su fuerza ha sido tan arrolladora que ha logrado imponer la democracia modélica. Su falta de nobleza se transmite ipso facto al que usa su nombre con frecuencia y sin el respeto debido. Por ello, todos, excepto los estreñidos, lo usan a diario, pero pocos se atreven a nombrarlo y buscan púdica e hipócritamente otros nombres que lo aludan, y que no rompan la compostura del usuario. Despreciable y cínico, parece reírse constantemente de todo gesto de selección burlándose de la boca del gran orador; del discurso grandilocuente en palabras y gestos del eclesiástico vestido para el grande (y hermoso) teatro de la solemnidad religiosa; de la palabra arrebatada del parlamentario en pleno discurso electoral; del atildamiento del diplomático vanidoso, presentando sus credenciales; de la prosopopeya del juez que escucha distante y consciente de su poder los sonoros alegatos de abogados y fiscales; del sermón episcopal de capa, mitra y cátedra; de la grandeza papal subida en la silla gestatoria hecha de bendiciones urbi et orbi; del premio Nobel que tiene que aguantar su voz indecente cuando el rey sueco se lo entrega. «Del rey abajo ninguno» sería un buen apotegma para definir su valor funcional y la fuerza socavadora de todo lo que en este mundo se pueda llamar grandeza. Podemos dormir en una gran conferencia o en el más hermoso de los conciertos; podemos pensar en la musarañas mientras presenciamos una ópera, etcétera, pero nunca nos pasará desapercibida su voz cínica y maloliente que nos enfrenta irremediablemente a la naturaleza humana con el mismo gesto que ponemos ante la carroña, y nos recuerda desagradablemente la vieja sabiduría de Terencio: Homo sum et nihil humanum a me alienum esse puto: soy hombre y nada que sea humano humano lo considero ajeno.

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