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León

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LA LECTURA nos devuelve a mundos interiores en ocasiones olvidados. Un buen libro pone las palabras exactas a los pensamientos y nos familiariza con nuestra propia existencia. «Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro», escribió Emily Dickinson. Aunque el libro se ha convertido en un artículo de consumo, la lectura no. En algunos sólo picoteamos, otros los damos por terminados en las primeras páginas y muy pocos tienen la habilidad de mantenernos enganchados hasta el final. Cualquiera de estas opciones aporta experiencias. No deberíamos obligar a los niños a que acaben de leer los libros. La disposición a empezar con una lectura y la decisión de no continuar forma parte del proceso de aprendizaje. Ya tendrán su oportunidad en otros momentos. Y las crisis vigorizan la necesidad de leer, «es una vía segura para ejercitar con perfección creciente el arte de ser hombre», dijo Laín Entralgo. Miles de mundos abarrotaron este fin de semana la Feria del Libro de Madrid. Bajo un sol de justicia acaparé lectura para toda la familia, pero confieso que en casa promuevo la utilización de las bibliotecas públicas (es imposible almacenar todos los libros que pasan por nuestras manos). A la misma hora en la que media España estaba pendiente del partido de fútbol entre España y Suecia, miles de lectores se arremolinaban alrededor de las casetas para intercambiar algunas frases con sus autores favoritos. Sobre el gentío, sobresalía el cabello, blanco y alborotado, de Ken Follet, que en tres horas firmó 3.000 libros. A pocos metros los lectores se agolpaban frente a Julio Llamazares, Luis Eduardo Aute, Luis del Val, Antonio Gala, Luis Fierro, Bernabé Tierno, Almudena Grandes.... En cada decisión que tomamos renunciamos a miles de vidas.