Diario de León

TRIBUNA

Una china en el zapato Uigur

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PEDRO BAÑOS BAJO
León

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DESDE EL AÑO 1991 una enorme China se ha colado en el zapato de los Uigures, impidiéndoles caminar hacia su buscada independencia. En 1955, el Turquestán Oriental o Uiguristán, -como gustan decir los Uigures- fue declarada como Región Autónoma Uigur de Xinjiang. Pero las ansias de independencia no fueron sofocadas. Hasta 1949, se contabilizaron 42 revueltas violentas. En los años sesenta se produjeron éxodos masivos de minorías, y durante los noventa los disturbios y los atentados marcaron la vida de la zona. A partir de 2001, Xinjiang, musulmán desde 934, ha fortalecido sus vínculos con extremistas islámicos. Los Uigures han entrenado en campos de Afganistán y Pakistán, y existen activas organizaciones separatistas en países vecinos. Y la repercusión mediática de los Juegos Olímpicos recién concluidos impulsó las semanas previas algunos de los últimos actos terroristas de los más acérrimos buscadores de la liberación de esta tierra milenaria del por ellos considerado yugo opresor chino. Los Uigures, desde su extrema posición oriental a más de 3.000 kilómetros de Pekín, se quejan del implacable proceso de colonización adoptado por el gobierno central. La inmigración masiva de miembros de la raza Han ha alterado el porcentaje de los grupos étnicos en la zona. Hace apenas sesenta años, tan sólo el 6% de la población de Xinjiang era de etnia Han. Actualmente supera el 40%, y eso sin contar a los militares y sus familias. Ya prácticamente igual que los Uigures. Además, la supremacía Han en la administración y la economía relega a los Uigures a un campo pobre, en proceso de desertización y con una tasa de analfabetismo próximo al 30%. Desigualdades sociales que son terreno abonado para los más vehementes fundamentalismos. En este enorme esfuerzo colonizador ha tenido participación muy destacada el llamado Cuerpo de Producción y Construcción de Xinjiang (CPCX). Creado en los años cincuenta con más de 100.000 militares desmovilizados y sus familias, da trabajo a casi tres millones de personas, la mayoría Han. Su capacidad de control de la economía local es absoluta, con presencia en 170 núcleos urbanos, 2.000 aldeas, 174 granjas agrícolas, 5.000 empresas, y las principales minas de oro, carbón y hierro. Los Uigures acusan al CPCX de ser responsable de docenas de campos de trabajo forzado e instituciones penales sin control gubernamental, similares a los tristemente famosos gulag soviéticos. Así las cosas, los originarios habitantes de Xinjinag se sienten marginados, explotados y oprimidos. No sólo los Uigures, sino también las otras diecisiete minorías que allí conviven. Al tiempo que airean la falta de respeto de China por los derechos humanos en la zona. Pero Xinjiang es mucho más que una remota y casi desértica región de Asia Central. Para China reviste una importancia geopolítica de primera magnitud. Durante siglos ha sido tanto el tapón como el colchón estratégico por excelencia. Por un lado, sus pocos pasos franqueables, bordeados por algunas de las montañas más elevadas e inhóspitas del planeta, fácilmente defendibles con escasas tropas y medios, han sido el baluarte contra el que debía estrellarse cualquier intento de invasión de los imperios ruso o británico. Y aún en el caso extremo de fracasar la defensa, la inmensidad de su territorio (17% del total chino y tres veces España), unido a su aridez, proporcionarían tiempo suficiente para que el resto del gigantesco ejército chino pudiera reaccionar con eficacia contra el invasor. Desde siempre ha sido el punto de paso obligado entre Oriente y Occidente. Como ejemplo, la autopista del Karakorum enlaza Pakistán con Xinjiang, cruzando el puerto de Khunjerab, a 4.980 metros de altitud. Así mismo, en Xinjiang se encuentra el centro de experimentación nuclear de Lop Nor, donde tuvo lugar en el año 1964 la primera gran prueba nuclear constatada china y se ha experimentado con la bomba de hidrógeno. Su proximidad cultural y religiosa con las tres antiguas repúblicas soviéticas con las que hace frontera -Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán- e incluso con Mongolia, Afganistán, Pakistán y ciertas partes de la Rusia asiática, le otorga la posibilidad de liderar un gigantesco mercado todavía virgen. Los recursos naturales que se estima albergan las entrañas de sus tierras alcanzan cifras fabulosas, en su gran mayoría sin explotar. Las reservas probadas de carbón suponen el 40% del total chino. A lo que se unen oro, uranio, cobre, plomo, zinc y tungsteno. Pero la joya de la corona es el petróleo, junto con los millones de metros cúbicos de gas. Aunque tampoco se puede desdeñar la energía eólica, encontrándose ya en la zona la mayor estación china de esta fuente. De irse confirmando las previsiones, Pekín, enorme devorador de recursos ante su imparable desarrollo, podría pasar de importador compulsivo a autoabastecerse de energía. Hasta ahora la posición de Occidente ante esta cuestión ha sido de frialdad. Por un lado, tanto Estados Unidos como China -con el beneplácito de la Organización de Naciones Unidas- incluyeron en 2002 al principal grupo separatista en la lista de organizaciones terroristas. Y su condición de musulmanes tampoco les favorece en absoluto. Están muy lejos de despertar los sentimientos de afecto, simpatía y protección de los monjes tibetanos. El único resquicio para una remotísima posibilidad de independencia vendría precisamente como consecuencia de la previa separación del Tíbet. Esta china en el zapato va a seguir haciendo cojear durante muchísimo tiempo a Xinjiang. A los siete millones de uigures, para muchos una raza más europea que asiática, les ha tocado la china.

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